Una guerra absurda confronta a los mexicanos. La esperanza es que los que estén dispuestos a morir lo hagan por un principio noble y no por la ceguera de un presidente que firma sentencias de muerte con tal de nutrir sus expectativas de mando. Ni Díaz Ordaz en sus momentos más psicóticos ha llegado a la sed de sangre de este burócrata que nunca he sentido el frío del metal apuntando su cabeza. Ojalá qué algún día tenga los tamaños de encarar la violencia como lo hace la gente de a pie. Ojalá y sepa lo que es ser hombre.
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