Por: EL DODO MORGAN
En la primera entrega de esta crónica de la piratería en la Ciudad de México habíamos quedado en que los piratas constituyen una industria con clases y niveles operativos perfectamente divididos y obedientes a los retos de flexibilidad impuestos por el mercado.
Ligado a la piratería está el abasto del robo hormiga a los mismos puntos de distribución, es decir, productos “caídos” del camión a precios de mayoreo irrisorio para venderse por debajo del límite del cincuenta por ciento menos al precio de tienda.
Trabajadores o conocidos de estos, llevan mercancía discreta a los puesteros, ya sea con los distintivos de cortesía o las huellas del hurto y a cambio de unos pesos, los productos entran a la circulación; son genuinos pero más baratos, sin impuestos o controles.
En los viejos tiempos hubo “maquiladores”, es decir, gente especializada en las producción profesional de artículos que en sus horas libres y aprovechando la ignorancia de las empresas, se daban un tiempito para generar insumos alternos en bruto, carente de empaques e insignias oficiales pero de la misma calidad, a gusto y seguridad de los consumidores.
Los piratas establecidos han engendrado a su competencia desleal, el pirata del pirata, otro vival en la mesa puesta, explotando la copia por debajo del mínimo respeto a quien rompió códigos y minucias para efectuar la operación. Ante ese “abuso”, los bucaneros también han “codificado” la mercancía obstaculizando el enriquecimiento de los parásitos y logrando el hecho comprobado de volver casi imposible la clonación de una novedad pirata, a diferencia del original.
En la búsqueda de la particularidad, el pirata se ha metido hasta los sótanos de la producción y hoy ofrecen variantes infinitas del mismo producto. El consumidor purista deseoso de una copia “igualita” está en problemas por la innovación de los huesos y la calavera al alterar la producción original al punto del ser otra cosa.
El abaratamiento de la tecnología y el retroceso del consumo local ha llevado a los piratas a una temporada de vendavales poco propicios para la navegación y extrañan los días de fortuna. Ahora trabajan más y ganan menos, terminando en la misma recesión de la “fayuca”.
Un ejemplo es el recorrido a patín (sin opción) por el barrio bravo y advertir la reducción significativa de los comercios instalados en el movimiento. Los precios anuncian su caída y aun salen a cuenta gotas. Para los expertos, la piratería de estos días es corriente, sobada; es una multicopia reciclando miseria. Ya no hay experimentos o arriesgues, los piratas sólo trabajan lo realizable, cerrando las opciones al gusto popular, a la devoción guarra; se acabó el buen gusto.
Incluso, la pornografía ha bajado puntos y extiende la oferta a producciones impensables en los servios gratis de Internet como You Porn o Red Tube.
Las películas de estreno, cierta cinematografía de culto, ropa de alta moda, accesorios de línea, mantienen las naves filibusteras en el picado océano pero se van contrayendo a regresar a las aguas mansas y languidecer en peticiones tradicionales de cualquier chacal amante de la elegancia troglodita o la sordera artillera.
El ayer de los discos piratas de cincuenta o cien pesitos copia son una leyenda urbana para dormir a la generación de tres por diez varos y a seguir en el camello.
Los piratas también lloran.
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