POR: RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Funeral, homenaje, tributo, circo, recital, servicio religioso, no sé cómo llamar al espectáculo montado literalmente sobre el ataúd del cantante de color ¿indefinido? Michael Jackson.
Si el deceso, en circunstancias aún no aclaradas plenamente, batió record de atención mundial, el entretenimiento mortuorio producido para despedir de esta tierra al creador de la revolución del baile popular en la década de años ochentas del siglo pasado fue un show mediático definitivo.
El objetivo, un acierto de las relaciones públicas estadounidenses y de la manipulación informativa global, deshicieron en cuestión de días la percepción negativa centrada en el compositor e intérprete, acusado de pederastia no comprobada y de una serie de conductas marcadas por el desequilibrio emocional personal.
En el momento preciso, el turbulento pasado y el distanciamiento políticamente correcto dio un bandazo y el mundo encontró al hombre, al innovador, al buen padre, al unificador de la humanidad, al antecedente directo del ascenso de la comunidad afronorteamericana a la Casa Blanca y calificativos no menos exagerados.
La competencia por las loas y odas mutuas y al difunto no bajó de tono, por momentos, uno dudaba en la propia vivencia histórica y no comprendía el desconocimiento de títulos tan celebrados para una persona, creativa indudablemente, pero no la representación de la inteligencia universal.
Michael Jackson como El Cid de la farándula hizo de su última presentación pública muerto un concierto de proporciones nada despreciables. En vivo y en directo, la televisión e Internet llevó a los lugares insospechados del planeta gritos, mocos y babas de una muchedumbre, boleto en mano, soplándose horas de testimonios efervescentes de culpa por no haber comprendido al genio, al faro de la humanidad y portador del Arca de la Alianza.
La traducción simultánea también hizo lo suyo y en México, Televisa, cuándo no, a través de tres especimenes dizque bilingües entregaban a la infancia mexicana a la protección, el candor y calor humano del ente, muchas veces, señalado por la misma empresa como la encarnación del mal al estilo de Sergio Andrade y la perdonada, Gloria Trevi.
La mercadotecnia no perdió tiempo y está preparada para ofrecer al mercado cuanto demande por el ídolo caído. Pronto tendremos una caja de lujo con varios dvds o discos blue ray a fin de observar el detrás de cámaras, el multiángulo, las escenas suprimidas, los bloopers y los detalles mínimos de la sentida celebración y las apariciones cinematográficas compiladas. Sin olvidar la discografía completa ultra remasterizada y plena de bonus tracks marcada por la etiqueta póstuma, generadora de dólares.
A los muertos no se les juzga; es imposible imponerles una condena. Simplemente, se trata de comprenderlos en tiempo y espacio.
Es prematuro aventurar la trascendencia artística de Michael Jackson, en especial, por los miles de factores detenidos convenientemente para no manchar el negocio. Una vez quietas las aguas, vendrá la revisión de los hechos, y el veredicto del mañana es desconocido.
A mí, partícipe de esa generación, me cuesta ofrendarme a resumir esos años del imperio Reagan en un disco: “Thriller” y en un atuendo llamativo o un guante de blanco brillante. No obstante, de ese ser humano conocido, al casi extraterrestre aclamado hace unas horas hay universos de diferencia.
Yo me guardo mis recuerdos y me río de los fariseos de siempre.
Blame it on the boogie.
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