POR: ANGÉLICA MONTSERRAT PEÑA GÓMEZ
Me encuentro tan sola como en el principio del fin,
sucia y sola en esta habitación perfecta,
recostada tras de ti, observándote y sintiéndote
como jamás podrá ser;
tu cuerpo es majestuoso, pero tu alma es mágica.
Comienzo a acariciar tu cuerpo femenino y
lo encuentro tan pecaminoso.
Tu sonrisa tan pura y tan exquisita
brilla como la estrella del polo;
has cegado mi obscuro ser
para transformarlo en dulce amargura.
Te tomo del cuello bestialmente
y doy inicio a la succión de tu corazón.
Mis labios mueren de una sed que no cesa jamás.
Mis ojos se vuelven color petróleo y al mirarte te han matado;
he matado a la única mujer que me valía la pena.
Guardo un fragmento de luz polar que habitaba en ti,
la escondo en una botella de alcohol.
Los ecos de lo que alguna vez fue,
derrumban la inexistente conciencia del amante.
Resguardando entre las penumbras de mi interior purpúreo
aquellas breves y frágiles evidencias de lo que alguna vez esta bestia, este monstruo sintió.
La muerte es tan lenta como el insensato amor
así que me recuesto sobre el sucio pavimento
soltando la botella de tu magia
a los inalcanzables designios del destino.
He muerto, has muerto; ahora somos una, ahora por fin somos.
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