POR: ANGÉLICA MONTSERRAT PEÑA GÓMEZ
El sentimiento devastador no cesa,
estoy en plena obscuridad mental
indagando el porqué de mis silencios.
Me encuentro dando vueltas en un infinito
caóticamente genial,
mis manos las siento frías
y el palpitar, extremo.
Estás y no, junto a mí,
mientras, trato de acariciarte
con mi simple mirada;
te he tomado por sorpresa,
pero la inseguridad carcome mis entrañas,
salgo de aquel cuarto en penumbras tratando de escapar,
abro mis alas rotas y envueltas de cera para comenzar el viaje.
Cierro los ojos y al abrirlos te siento tan cerca
como nunca jamás podrá ser,
me encuentro volando dentro de los brazos del destino,
mis alas comienzan a encenderse pero ya no importa
aterrizo en un punto alejado de todo lo viviente.
Me encuentro en un pedazo de tierra irreconocible para mí,
la mente divaga, va y viene en un solo segundo.
Trato de beber sangre del río de los condenados,
pero ya no es como antes,
ya nada es como antes.
Cierro los ojos de nuevo esperando sola,
esperando la muerte de mi mente irracionalmente racional.
Mi cuerpo es un rompecabezas que no tiene fin,
y cada una de las piezas comienza a volar a puntos
totalmente apartados de la razón humana.
He vuelto a abrir los ojos y me encuentro de nuevo en aquel cuarto
cuya única compañía es la obscuridad.
Las alas se encuentran derretidas frente a mí,
tú simplemente te encuentras sentado
en aquel rincón donde alguna vez nos juramos inmortalidad del sentir.
Las piezas de mi cuerpo llegan de pronto por mi ventana
como un huracán y entran para poseerme
y volver a formar a este dañino cuerpo
de inconclusas piezas.
Cierro los ojos y grito, todo vuelve a la normalidad
y me encuentro recostada en tu hombro,
me doy cuenta que sólo fue un instante,
un bello instante que al menos, por el momento,
jamás volverá.
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