Cierran las campañas proselitistas. Los candidatos aguardan la segunda parte del espectáculo: la impugnación. Los ganadores defenderán el triunfo con la vida y los perdedores arañarán la suerte y un premio de consolación. Las estrategias publicitarias y mercadológicas dejan un mal sabor de boca. La mediocridad creativa es semejante a la de los suspirantes y a la repetición de promesas. El votante en blanco no era arisco, lo hicieron. Las estadísticas indican una preferencia al rechazo partidista y una inclinación pagada para una fuerza política. Estas elecciones desangeladas congelan el triunfalismo de los menos realistas. A lo mejor, piensan, es una estrategia de un primo de Calderón para reducir la derrota en números de Acción Nacional y cargarle al abstencionismo o a la rebelión en urnas la incapacidad del partido en el poder para mantenerse. El reacomodo de fuerzas en el Congreso no prevé grandes cambios en el exterior; será la continuación de la labor de camarilla al servicio de los dueños del poder. Pero es indispensable cubrir las formas y acreditarle al mundo un país democrático y no un polvorín a punto de Honduras. La cosa es calmada.
Los DODOS inmiscuidos en el proceso electoral aseguran cerciorarse de satisfacer la voluntad soberana y el respeto de los votos hasta el momento de entregar cuentas en el Distrito Electoral. Más allá no se hacen responsables. El pequeño “Double D” espera dormir tranquilo sin camionetas sonideras y jingles políticos malhechos. Algo bueno trae la ausencia de los grillos. Pocos han de extrañarlos y, perdonando las molestias, la mayoría manda a saludar a sus estimadas jefecitas. Firmas ante notario o puestos en dignidad de palabra, los electos no harán sin recibir dirección. Funcionan así. Es la tregua previa a los enfrentamientos por el hueso. Podemos ocuparnos de temas menos somníferos o dormir un poco imaginando cosas bonitas.
Quienes merecen cierta compasión son los coordinadores de las campañas. Creyendo en lo imposible; velando al elegido, a pesar de él; tronando horarios de alimentos, de trabajo; acarreando a las fuerzas vivas; toreando a los medios y a la competencia; en duermevela esperando la llamada urgente, el cambio de planes, el retorno de golpes; ponerse la camiseta a pesar de las pedradas y las maldiciones; ser amables y serviciales al borde de un colapso nervioso; soportar las idioteces y los caprichos del divino; pelear la iguala o el salario; hacer proezas sin un quinto; enclaustrarse en el cuartel general; vivir en la adrenalina y, esperar, los resultados. La gente detrás de las campañas no recibe honores, pero eso sí se llevan todos los fregadazos. Quizás el bueno recuerde, quizá se haga rosca. La recompensa es medir la eficiencia de las decisiones y la eficacia de la convocatoria. Vendrán otros nombramientos en el futuro; una oportunidad de enderezar fracasos. No obstante, aquí y ahora vale un resultado. La mejor campaña siempre es la siguiente.
Hoy a poner changuitos.
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