Juan Daniel Martínez, conductor del noticiero W-Radio Guerrero, asentado en el Puerto de Acapulco fue asesinado, según el Procurador General de Justicia del estado, Eduardo Murueta Urrutia, por sicarios contratados por particulares y se comprometió, dadas las ordenes del gobernador Zeferino Torreblanca, a esclarecer el crimen.
Y la cuenta se va siendo larga, triste y desoladora. Los periodistas en México no tienen garantías a no ser la de la suerte y la de su ética. Por razones diversas, aclaradas o no, los trabajadores de la información, especializados en temas molestos para ciertos sectores legales o ilegales apuestan el trabajo a cambio de la vida.
No es sencillo conseguir justicia en un país distraído en una avalancha de notas rojas, donde un asesinado más o menos, es un pase de página. Un nombre y apellidos sin historia, trayectoria o aportes.
Las asociaciones profesionales y las organizaciones no gubernamentales pueden desfilar, protestar y hacer causa común a favor de una mayor protección de las autoridades a los comunicadores. No obstante, en la mentalidad de los mata periodistas, un caído es un problema menos, un lío cerrado y un punto a la cuenta de la impunidad.
Aquí, decir la verdad es un delito único. Sin tribunal ni ley, se juzga, condena y se aplica la pena capital en caliente. Habrá un expediente, los sospechosos habituales y las lágrimas de cocodrilo rigurosas. En corto: el carpetazo y el olvido.
¿Cuántos periodistas han muerto en este sexenio, en este año, en este mes? ¿Realmente importa? No lo creemos.
A los poderosos y los cobardes no les tiembla la mano contratar gatilleros para no ensuciarse mancharse y deshacerse de alguien crítico, creíble y aceptado por la gente. Esta escoria no acostumbra darle cuentas a nadie y no va a venir un “don nadie” a ponerles un alto, por eso son intocables, por eso deciden la muerte.
Los reporteros son necios y sabiendo el costo, están en las trincheras anotando un indicio, un dato, un hilo de la enorme madeja de arbitrariedades ocurridas.
Seguirán los tiros, los levantones, el servilismo; el valor es seguir escribiendo, seguir dotando de voz a los anónimos y denunciar las desigualdades.
Quizás valentía, idealismo o estupidez. Quizás vocación y pasión suicida. Quizá simplemente no rendirse y combatir del lado de los afectados con una pluma fuerte y un escudo de papel. No es mucho. Empero basta para tener el alma en paz y dormir con la conciencia tranquila.
Una muerte más, sí, pero aquí estamos trabajando, y lo harán quiénes nos sobrevivan.
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