POR: RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Son fregaderas. La tragedia de los niños de Hermosillo, Sonora, nunca debió ocurrir. Así de simple y así de duro.
Y no debió de ocurrir porque en teoría la sociedad está volcada a la preservación de la vida, de los infantes.
Que si la guardería ABC contaba o no con los elementos indispensables mínimos para su funcionamiento, no libra de culpa a las autoridades locales por actuar con negligencia y no percatarse del entorno de peligro al que estaba expuesta.
Es invariable el síndrome de Pilatos que demuestran los funcionarios a la hora de la desgracia. Yo me lavo las manos, escrito está. Lejos de apresurar las investigaciones, evaluar la zona del siniestro o hacerle al enmascarado para callar el cuchicheo de reprobación, las instancias comprometidas van moviéndose despacio a modo de no salir salpicadas.
Lo sucedido en Hermosillo no es una excepción; es la confirmación de la regla: gobiernos estatales o federales hacen muy poco por sus gobernados y eligen inventarse mundos con tal de no ver y no componer la realidad que les tocó vivir.
¿Para qué realmente los Partidos Políticos buscan el poder? ¿Cambiará en algo el distanciamiento cotidiano del encumbrado hacia quienes lo llevaron a las alturas?
El poder bien intencionado busca el beneficio y la superación general; esa abstracción llamada “interés colectivo”.
El dolor de los familiares de los niños muertos y de los que se están debatiendo en las de emergencia de los hospitales no es una nota de color, una anécdota siniestra; es una prueba de que ciertas cosas no deberían suceder y que por un mínimo de humanidad habrá que dar respuestas reales y no tachar en un pronunciamiento la responsabilidad que todos compartimos. La burocracia por sus obligaciones y los ciudadanos por derechos.
Ignoro lo que se piensa en los cuarteles de los partidos frente a un ejemplo sangriento de una de las múltiples razones por las que la gente de a pie no les cree.
No basta con el envío de condolencias presidenciales y las lágrimas de cocodrilo del algún que otro grillo arribista. No basta con asegurar TODAS las facilidades de atención médica o los gastos indispensables. No basta.
La ciudadanía espera (y seguirá esperando) hechos que promuevan un espacio seguro para sí y los suyos.
En la Ciudad de México, por ejemplo, vivimos en el borde del infortunio por la anárquica expansión de construcciones y servicios que al coincidir serán bombas de tiempo y que, sin embargo, no reciben una inspección profunda antes de soltar los permisos correspondientes de funcionamiento y explotación del suelo.
El “asunto” de Hermosillo demuestra en carne viva y sangre propia que los mexicanos peligramos más en las manos de los “funcionarios públicos” que en las de los criminales reconocidos, pues, a los últimos sabemos a qué atenernos mientras que de los otros hemos comprobado que les da lo mismo perseguir a la delincuencia organizada que sacrificar a inocentes que estuvieron en el lugar equivocado a la hora incorrecta, en una institución gubernamental.
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