Don José Emilio Pacheco a punto de cumplir setenta años de vida, en el marco de los preparativos para un homenaje en el Palacio de las Bellas Artes, de la Ciudad de México, que celebrará cincuenta años de una irrepetible trayectoria intelectual, ganó el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana por el aporte indiscutible de su obra a la poética de España y la América Hispana, con un monto de 56 mil dólares aproximadamente.
Hombre culto, inteligente, hábil e ingenioso, es el más grande poeta vivo que le queda a México de su traqueteado siglo XX.
Además de la poesía, Don José Emilio ha incursionado en todos los campos literarios y periodísticos que le quedan a modo, emulando la sabiduría de las brillantes mentes del siglo XIX, a quienes ha dedicado vastos estudios y de quien es heredero directo en cuanto a la valentía de mantenerse fuera de las capillas dependientes del Estado y de las cofradías herméticas que se inventan una trascendencia ilógica con tal de asesinar a la verdad.
Desde la novela corta o cuento largo de “Las batallas en el desierto” a sus declaraciones condenatorias de gastar fortunas en la causa perdida de la Selección Mexicana de Fútbol y mendigar el apoyo a las causas culturales, Don José es un hombre de su tiempo, que no envejece ni se torna anacrónico como otros miembros de su generación y prosigue creando el testimonio actual.
Ocurrente, el poeta externó su preocupación por jamás haber usado un frac, considerando el protocolo oficial de la ceremonia de premiación, pero asegura que no usará botas de charol estilo Vicente Fox y esperamos que tampoco acceda a museos y marcas registradas para explotar su nombre.
A su juicio, la distinción es para la Poesía y los mexicanos, y no falta a la razón porque a pesar de ser un espíritu universal, los poemas de José Emilio, como lo conocen sus admiradores, tienen el sabor de la urbe surrealista que es el Distrito Federal y sus espacios íntimos que han ido poblando su existencia.
A kilómetros luz de los escritos infames de los “poetazos” en ciernes o alabados por las mafias seudo culturales, el trabajo de este ilustre “defeño” cruza la prueba del tiempo y las edades, siendo sus lectores adolescentes, adultos y personas mayores dispuestas a comunicarse por la sensibilidad y la visión de una mente que abre otros caminos de asimilar lo vivido.
Dueño de una pluma clara, precisa y contundente, José Emilio Pacheco no se pierde en metáforas espanta tontos, y en figuras de una sencillez brutal introduce el cuestionamiento poético a la materia, a la vana gloria y la estupidez.
Quienes, en este país, amamos la poesía en serio, nos tenemos que conformar con lo poco que se publica de calidad regular y cargada hacia los mecenazgos gubernamentales y privados que alumbran cada esperpento, alejando al casual leyente que al tratar de descifrar los desvaríos de los bardos, generaliza una animadversión comprensible al respecto.
Compartimos el juicio de Don Emilio sobre la calidad excelsa de la poesía mexicana, lo malo es que a los buenos poetas se desgastan por la frustración y la poco rentabilidad de su labor, en contraste a un panteón de iluminados pagados por la labia y los favores que se dicen el futuro del arte y editan basura a costillas del erario y los ingenuos.
Por ello, el reconocimiento a Don José Emilio Pacheco viene como anillo al dedo para indicarle a los adictos a la esperanza que en el remolino de sangre, destrucción y muerte, hay un espacio para la belleza, para la contemplación y seducción de la palabra.
Gracias, Don Emilio por la generosidad de ser ejemplo para seguir defendiendo nuestras personales utopías sin otra arma que la inteligencia y el ordenador.
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