miércoles, 3 de junio de 2009

MARASSA: OTROS LUCHADORES, NO CANDIDOTES CON ASPIRACIONES

MÁSCARA CONTRA CABELLERA
O
EL CINE DE LUCHADORES A PELO
Por: Raúl Gómez Miguel


A diferencia de cualquier país del mundo, México es una nación de héroes de carne y hueso, de luchadores enmascarados o de pelo puro que dedican su vida a ponerle en la madre al Mal y bichos que lo acompañan, incluyendo a políticos.

Estos héroes son excepcionales porque no se parecen a nadie y porque son íconos del valor nacional: pasados de peso, farolones y con éxitos logrados más por la casualidad y el ridículo que por el afán y la terquedad. Son como chóferes de peseros compitiendo en Fórmula Uno. Aventados, eso sí, pero poniendo a trabajar horas extras a los ángeles de su guarda que por mala suerte les tocó. Los luchadores son los hijos de Juan Charrasqueado, valientes y arriesgados para ponerse al tú por tú hasta con la Llorona o el mismísimo mundo de los muertos.

En México el heroísmo no es cosa de risa, sino cosa precisa, cosa de lucha libre con caídas sin límite de tiempo.

Pero vayamos por el principio, la lucha libre mexicana, que no es la que atrae a los creativos profesionales de moda, nació como una variable del circo y sabemos históricamente que sus orígenes están en la cultura griega y romana que legaron al mundo la lucha grecorromana.

Sin embargo, concebida como espectáculo, la lucha libre clásica integró la teatralidad, las acrobacias y el montaje circense para darle a las llaves y contra llaves del ejercicio un escenario propio y una atracción ideal.

Los luchadores a costalazo limpio se ganaron al respetable al dividirse en dos grupos: los técnicos y los rudos, que en diferentes épocas representaron la eterna guerra del bien y del mal.

A falta de payasos, los “exóticos” fueron atletas e intérpretes que acapararon la indefinición sexual y le pusieron un toque femenino a los trancazos.

Y no faltó el empresario visionario que trajera enanos y mujeres para treparlas al cuadrilátero, aumentando la aceptación popular.

Desde la cuna, la lucha libre mexicana fue una hija del pueblo, pueblo. Tropas itinerantes de luchadores recorrieron el territorio nacional atrayendo los sueños y las pesadillas de la gente simple, rústica, elemental. Nada que ver con la aceptación que, en décadas recientes, la clase media, que todo lo que toca corrompe, presentó como el espectáculo original.

Si bien, la lucha gozaba el favor de los pobres, no fue hasta la década de los años cincuenta del siglo pasado que los productores de cine le dieron pase a la gran pantalla y la gestación de un género cinematográfico que definió una parte esencial de la cultura de masas contemporánea.

Son cuatro películas la base del cine de luchadores: “La bestia magnífica”, “El luchador fenómeno”, “Huracán Ramírez” y “El enmascarado de plata”, todas filmadas en 1952.

“La bestia magnifica”, protagonizada por Crox Alvarado, Wolf Ruvinskis y Miroslava, bajo la dirección de Chano Urueta, une la novedad del espectáculo de la lucha libre con el culebrón del triángulo amoroso de terribles consecuencias y, aunque el eje narrativo está en los luchadores, las pasiones humanas desbordadas terminan por componer una moraleja medio cursi propia de la época.

En "El luchador fenómeno”, de Fernando Cortés, Adalberto Martínez “Resortes” repite la fórmula de “El beisbolista fenómeno”, dando pie a una serie de gags cómicos que posteriormente retomarán cómicos como Pompín Iglesias, Viruta y Capulina, o sólo Capulina, teniendo de comparsas a grandes nombres de la lucha clásica mexicana: El Médico Asesino, La Tonina Jackson, El Bulldog, El Lobo Negro, Lalo el exótico y Wolf Ruvinskis.

“Huracán Ramírez”, dirigida por Joselito Rodríguez, con David Silva, Carmen González y Titina Romay, es un “bioepic” sobre la vida de luchador enmascarado que en cada nuevo filme aporta la vivencia que le corresponde al personaje: el amor, los hijos, el retiro y la locura; todo condimentado con los guamazos de rigor y la insustituible compañía de la Tonina Jackson.

“El enmascarado de plata”, a cargo de René Cardona, es la piedra angular del género desde el nombre mismo que, por esos azares del destino, no fue protagonizada por el Santo, el más grande luchador enmascarado de todos los tiempos, sino por el Médico Asesino que aunque vestido de blanco no dio la pala para mantener el mito que se avecinaba.

El siguiente paso en el cine de luchadores fue los seriales de la Sombra Vengadora y Neutrón, el enmascarado negro.

Con modestos ingresos y una producción básica, las películas mencionadas no captaron el interés de inversionistas,, pero sí manifestaron una demanda interesante en los cinéfilos de provincia.

El verdadero jalón del género lo dan “Santo contra el cerebro del mal” y “Santo contra los hombres infernales”; ambas de 1958 y dirigidas por Joselito Rodríguez, que fincan el avance del Enmascarado de Plata por la psique del pueblo de México.

Las películas en cuestión fueron filmadas en Cuba con una producción de tres pesos y una pobreza argumental de terror. Sin embargo, unidas a la popularidad del Santo en las arenas de la República, prendieron la mecha de una deificación que años posteriores a su muerte es vigente.

Con el Santo de punta de lanza, el cine de luchadores explota en la década de los sesenta y la primera mitad de los setentas con títulos que incrementan la fama del enmascarado de plata y la de otros deportistas que se suman en la creación de un universo paralelo de heroísmo y entrega total a las causas más nobles de la humanidad.

El Santo se enfrenta a los malos de este y del otro mundo, no hace diferencia al moquetearse a vampiros, hombres lobos, momia, estranguladores, fantasmas del virreinato, narcotraficantes; lo que se mueva y amenace a la humanidad, hasta en soft porno el enmascarado hace de las suyas.

En 1964 se filma “El demonio azul”, con dirección de Chano Urueta, debut cinematográfico de Blue Demon, el contrapeso total del Santo en cuanto aceptación y vigencia, y cuya participación en “crossovers” con el ídolo por excelencia le otorgaron al género la madurez indispensable para empezar a tomarlo en serio.

Mil Máscaras, Tinieblas y cuanto luchador famoso estuviera a la mano tuvieron sus películas y naturalmente un sitio en la historia del pancracio.

Sin embargo, para los años ochenta, el cine de luchadores entró en una franca crisis y se empezaron a idear filmes que, lejos de sostener la dinámica elemental de la corriente, se pasaron de tueste al teorizar un fenómeno que siempre estuvo lejos de las universidades y las escuelas exquisitas de cine.

Comenzó a reconocerse la ingenuidad y lo naif de los luchadores y no faltaron los incautos extranjeros que asumieron las películas de enmascarados como los más “in” de las vanguardias artísticas sin relacionar los productos con la idiosincrasia del pueblo que los demandaba.

Se escribieron tesis y libros eruditos con relación al tema y la lucha libre fue asfixiada por los intelectualazos de moda y los libres pensadores pegados al presupuesto federal.

La lucha libre tuvo que renovarse y tornarse aérea, grandilocuente y bastante payasa. Luego apareció el monopolio mediático e impuso ejecuciones copiadas de la lucha libre norteamericana y la encerró en la caja idiota para deleite de quienes por edad no conocieron a los grandes, a los campeones justicieros.

Una nueva camada de luchadores de arrastre publicitario: Máscara Sagrada, Atlantis, Octagón, Místico y fauna por el estilo vinieron a poner a lucha libre por los aires y a incrementar los aportes de los figurones de antaño: El Cavernario Galindo, Enrique Yánez, Frankenstein, el Rayo de Jalisco, y decenas de extras, todos luchadores que en el anonimato sirvieron para montar las coreografías que a la fecha siguen divirtiendo.

La muerte de Humberto Guzmán Huerta, el hombre detrás de la máscara del Santo, no impidió que el personaje se volviera leyenda primero y mito después al ser sepultado enmascarado y cumpliendo el deber de todo héroe: legarle a su hijo la misión de preservar la justicia y la defensa de los inocentes.

Hoy tenemos una galería de hijos de leyendas:el Hijo del Santo, Blue Demon Junior, Huracán Ramírez Junior, El perrito Aguayo e, incluso, el Nieto del Santo. Pero ya no es igual.

El cine de luchadores tuvo un tiempo y una circunstancia que lo permitieron, y aunque la lucha libre continúa es un espectáculo más que a la distancia de la gente humilde que la apoyó cuando era nada, ahora se regocija con la asistencia de la gente bonita y el manejo de la mercadotecnia sofisticada, presumiendo de una sangre real que nunca tuvo.

Pero como en todo fenómeno social, la memoria es grande y aquí están las películas en formato de dvd o blue ray para recordarnos que hubo algo mágico en los luchadores que nunca ha de perderse.

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