Una victoria que es una derrota disfrazada. Un marcador que debió, simplemente por terquedad, ser favorable para la Selección de Fútbol de Trinidad y Tobago. Noventa minutos y los agregados de costumbre que sólo mostraron a una selección mexicana (en minúsculas) reducida a un solo hombre, al veterano, al anciano en términos de balompié, Cuauhtémoc Blanco, que fue sin duda lo más destacado de la formación.
El equipo de Javier Aguirre no alcanza para mucho; es más, no alcanza para nada. Mucho renombre, salarios extraordinarios e inmerecidos y resultados que cualquier equipo llanero medianón podría rebasar. No se disculpa ni la incoherencia del juego ni el poco profesionalismo de quienes se supone son ejemplos distinguidos del quehacer futbolístico de México.
Aquel mito del gigante de CONCACAF se ha derrumbado. Los enanos han crecido, se han vuelto peligrosos y, sobre todo, atrevidos con implicaciones negativas para la arrogancia de la Federación Mexicana de Fútbol, los consorcios televisivos privados y las decenas de empresas que se han colgado en un equipo perdedor; eso sí, con demasiado cartel.
La interrogante no es asistir a la Copa del Mundo de Sudáfrica, es determinar a qué se va, a cumplir un requisito, a pasear o a repetir el slogan de la frustración: "Lo importante no es ganar, sino competir".
Es indudable que la selección mexicana está por los suelos, pero también sus seguidores que cegados por un patriotismo malentendido, esperan un milagro donde sólo hay desolación.
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