POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Soy heterosexual y estoy casado desde hace dos décadas y no he procreado hijos. Según las normas de la sociedad mexicana soy normal, es decir, soy promedio o pretendo serlo. Pero visto al detalle ya no soy tan equis.
Soy heterosexual, sí, pero para mí la preferencia sexual no me define en mi integridad de ser humano. Estoy casado, pero en pecado mortal, según la Iglesia Católica, porque lo hice sólo por las leyes de los hombres y no le pedí su parecer a ningún ministro, que no a Dios. No tengo hijos de sangre, porque de alma no me puedo quejar, por ende, tampoco cumplí el precepto de “creced y multiplicaos”.
Fui concebido fuera del matrimonio, por una “madre soltera” menor de edad. Sólo estoy bautizado, no me he confirmado y, mucho menos, hice mi primera comunión. Sin embargo, hablo con Dios directamente y no cuestiono la excepcionalidad humana de Jesús. He leído la Biblia completamente casi desde niño, al igual que los textos angulares de otras religiones, a diferencia de cientos que rugen la militancia entre los elegidos. Cuando por azares de la vida he asistido a servicios de otros creyentes, he observado con respeto y espiritualidad los ritos, y me he sumido en el contacto con lo divino. Porque DIOS es universal e inasequible al hombre en cuanto a su comprensión, por ello, guardo respeto a lo que honestamente desconozco como para pontificar dogmas.
Tengo amigos, homosexuales y amigas lesbianas, como también enemigos gays. Y nunca he tenido problema con lo que hagan en la intimidad, de hecho, acudo a sus reuniones y eventos con alegría y me la pasó terriblemente bien. Mucho mejor que en algunas fiestas de parejas casadas con hijos en las que la cortesía se impone más al ya me dieron flojera y ya me voy.
He sentido en carne propia la malignidad de la heterosexualidad y he admirado el sacrificio de la misma, como me ha ocurrido con la homosexualidad. En estas cuatro décadas de existencia defiendo la diversidad sexual porque sostengo que en ella descansa la felicidad de los seres humanos al poder contar con instituciones, normas y otros iguales y respetados para construir una vida en común, al margen de términos poco claros como la mentada normalidad.
Cuando la Iglesia Católica expresó que los gays no van al Cielo, publiqué y expresé públicamente que yo me iba con mis amigos, y en lo íntimo exterioricé: Dios, si todos los seres humanos somos a tu imagen y semejanza, por qué tus improbables representantes terrenos suponen que nos vas a negar el regreso a tu esencia. Y hasta donde sé, Dios no nos ha negado. Por ende, yo estoy con mis entrañables compañeros de mi viaje existencial, sean de la preferencia sexual que sean. No soy quien para juzgarlos y tampoco puedo desligarme de amarlos. Y si eso me cuesta el infierno, bienvenido, pues en él veré los rostros de ciertos santos varones inquisitoriales.
Por supuesto, que lucho por vencer la necedad y las tinieblas que les impiden tener los mismos derechos y las mismas obligaciones que tengo con Marcia, que, si gustan pueden ser la diferencia para un niño (nacido de heterosexuales indolentes), como lo he vivido con gays admirables que, con cualquier etiqueta socialmente aceptada, educan y moldean niños y jóvenes orgullo de sus familias.
Ya expliqué que soy heterosexual y aún no me convence que esa preferencia sea la revelación de los cielos. También el goce extremo de la heterosexualidad trae problemas.
En lo personal, me veo como un hombre, como un blues man, solitario y defendiéndome de la adversidad. Sin embargo, todos los seres humanos nos sentimos igual: solos encarando lo que venga, esa es la vida. La diferencia es que yo puedo escoger a la mujer y al cumplir un proceso, mi elección será definitiva legal y religiosamente aceptada, pero gente buena no lo puede hacer entre sí. ¿Entonces existen seres humanos de segunda categoría?. De ser así, yo pondría a verdaderas lacras sociales que asesinan, destruyen y prostituyen la sociedad. Y eso no me gusta, pues, actúo convencido que una preferencia sexual no determina mi lugar social. No. El ser humano es más que eso y, por lo tanto, pelearé por el amor y la concretización encima de los paradigmas y el terror a la diferencia.
Me gustaría ver a la gente que amo feliz con las personas que hayan elegido y con la protección de un cuerpo jurídico que les asegure el mismo legado que a mí y a mi pareja.
Quiero una sociedad abierta y sin doble moral. Un lugar donde la ciudadanía tenga los beneficios de la diversidad que son las bases de su diferencia. Quiero que GAY sea una palabra feliz, multicolor, respetuosa y digna. Quiero que estos hombres y estas mujeres depositen en otro ser humano la esperanza y le den un margen para revolucionar su biografía, como lo hizo la intervención de mi abuela Celia, al tomarme a su cargo y llevarme a un status que socialmente no me pertenecía. Mi abuela era heterosexual, pero como una vez me explicó: Sunny boy, las personas valen por sus actos, nada más.
Dejemos entonces que sea la igualdad legal la que establezca el rumbo que le daremos a nuestro futuro. Pero, créanme ser heterosexual u homosexual no es cosa de otro mundo; ser individuos ejemplares, positivos y memorables es una bendición que pocos les toca. Soy heterosexual, pero amo a los míos, y su felicidad, la hago mía. Somos seres humanos y eso es lo que cuenta.
1 comentario:
Como siempre Raúl gracias por tus palabras, por apoyar incondicionalmente a la comunidad y a los individuos que hemos coincidido contigo en la vida.
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