sábado, 30 de enero de 2010

DOSSIER: YO NO DISCRIMINO

Por.- ANAMÁ M. CH.

Leía la nota que compartió el Abuelo y comencé a hacer un recuento de los últimos años de mi vida.

Hace casi diez años que “salí del clóset” y el día de hoy me pregunto: ¿en serio estamos en el 2010?, ¿no se supone que nuestro país va agarrando forma?, ¿es tan difícil respetarnos unos a otros como seres humanos que somos?

Bien, pues estos cuestionamientos surgen a partir de los recientes sucesos por los que hemos atravesado como sociedad en las últimas semanas. Que si la iglesia, que si la adopción, que si la familia, que si las bodas, que si Marianita, que si los putos, que las machorras… ¿acaso la Iglesia “nos da con todo” a la comunidad LGBT para distraernos de la pederastia que vive escondida debajo de muuuuuchas sotanas? y a ella ni quien la mande a la Asamblea, ni quien le critique si dicho acto es natural o no, ni quien ponga en entredicho sus derechos… ¿y al Estado laico… alguien lo ha visto?

¿Por qué agredir a la gente con calificativos como anormal, aberración, antinatural?… ¿No sería todo más digerible si, y sólo si, existiera un debate respetuoso, de cordura e inteligencia?

A mí me tocó recorrer parte del camino al lado de un personaje de la política en pro de los derechos de la comunidad LGBT; aprendí que todos y todas somos iguales, que tanto derecho tiene el Sr. Presidente de vestir, calzar, comer y dormir; como lo tengo yo. En la primaria me obligaron a aprender de memoria la gran mayoría (no digo todos) de los artículos que conforman la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y con eso crecí, con la idea de ser mexicana y libre por el simple y sencillo hecho de que a mi madre se le dio la gana parir en este país. Y el día de hoy me he topado con una visión retrógrada, tendenciosamente religiosa, de un grupo de políticos de derecha que pretende anular los derechos de quienes pagamos sus sueldos. Sí, yo soy profesionista, independiente, emprendedora, trabajadora, con derechos y obligaciones; pero el día de hoy me da pena decir que en mi país, siendo legítima ciudadana mexicana tengo más obligaciones que derechos… ups! omití la parte de que soy lesbiana, y es éste el pretexto de mis gobernantes para discriminarme en su “intento” de sociedad.

Me da pena decirle a mi familia que no los puedo invitar a mi boda, porque “alguien” dijo que el matrimonio entre personas del mismo sexo no tiene objeto. Me da pena y dolor no poder ofrecerle a mi pareja la seguridad y el patrimonio que nos merecemos, porque a “alguien” se le ocurrió que no tenemos personalidad jurídica. Me da pena que teniendo un país “democrático y libre”, tan maravilloso con gente tan hermosa, vivamos a expensas de la palabra (y el humor) de Norberto y su séquito. Me da pena que la equidad y el respeto no sean palabras comunes de nuestro léxico. Me causa un profundo dolor que amigos y amigas quienes han forjado carreras, vidas, familias, patrimonios en unión, en convivencia, en amor y en respeto; tengan que mandar todos sus esfuerzos al bote de basura porque nuestros políticos de derecha no cenan fibra… pero ¡ah cómo la cagan! Me da pena decir que vivo en un país que dicta normas a partir de la palabra de dios. Lo único que no me da pena es decir que soy lesbiana, que amo a mi familia y ellos me aman, que profeso el respeto y la equidad y a cambio he recibido el mismo trato, que tengo amigas y amigos ‘bugas’ y ‘de ambiente’ con los que convivo con profundo respeto y confianza, que he tenido éxitos y también derrotas al igual que cualquier ser humano que tenga los pies sobre el planeta, promuevo la diversidad todos los días porque no fuimos hechos en serie, porque todos somos diferentes y nos merecemos respeto, porque afortunadamente somos auténticos, únicos e irrepetibles, y son precisamente las diferencias, lo que nos hace valiosos; no me da pena pronunciarme en pro de los derechos de las minorías (porque lamentablemente son muy marcadas), no me da pena ser quien soy porque si tan aberrante, tan anormal y tan contra natura fuese… simplemente no existiría.

¿Qué me gustaría? Me gustaría que uno sólo de los que se atreven a juzgar y a menospreciar a otros, intentara ponerse en los zapatos de uno por sólo cinco minutos, para saber si ellos soportarían ser los discriminados, los insultados, los ‘inexistentes’.

Somos gente tolerante, respetuosa, luchona, que sólo buscamos tener los mismos derechos, no por ser hombres ni mujeres, con o sin religiones, con o sin preferencias sexuales, con o sin tendencias políticas; sólo por ser PERSONAS merecemos ese lugar ante la sociedad. Merecemos ser reconocidos ante la ley porque también pagamos impuestos, porque también vamos a misa, porque también tenemos familias, porque también contribuimos al desarrollo de nuestros entornos, porque somos seres humanos libres de elegir, de amar, de potencializar nuestras aptitudes, de crear, de disfrutar.

Hagamos del respeto y la tolerancia nuestras herramientas en la lucha por la equidad y la sana convivencia.

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