sábado, 2 de enero de 2010

EDITORIAL: NO MÁS MUERTES

Pese al esfuerzo que implica para los seres humanos en general ponerse en una frecuencia espiritual distinta para concluir un año y recibir otro, en México, la muerte y la violencia campean sin que exista, en apariencia, un poder que las detenga.

A un lado de las estadísticas de fallecimientos violentos propias de naciones semejantes a la nuestra por condiciones de pobreza, tensión social, falta de educación, hambre y otras agravantes, el saldo rojo de la guerra interna (y así es como hay que llamarla) entre las fuerzas de seguridad del Estado y el crimen organizado ha saltado las trancas y apunta a estrategias mortales contra objetivos civiles, que le faciliten cimbrar a las instituciones con la convocatoria al levantamiento popular.

En los últimos meses de 2009, diferentes actores sociales manifestaron una protesta franca a la presencia del Ejército Mexicano en las calles de la República, precisamente, porque se estaba convirtiendo en zona de guerra, poblaciones históricamente difíciles, pero sin resultados que justificaran los daños colaterales de esta movilización bélica.

El narcotráfico contestó con la mejor manera que conoce: sembrando el horror, y subió de tono el mensaje central: no van a rendirse aun si esto significa incendiar el país.

Diciendo y haciendo, los bandos en lucha asestaron golpes a diestra siniestra con las obvias violaciones a los derechos humanos, la integridad de las personas y la seguridad para ganarse honradamente la vida.

En una larga lista siniestra se cuentan las bajas de los criminales, pero es asunto clasificado la cifra exacta de bajas de policías, soldados y marinos. Tenemos, en lo posible una idea de cuántos presuntos delincuentes han muerto, sin embargo, el costo humano del Estado es secreto.

Ni los festejos de la temporada ni las creencias religiosas de paz impidieron que las ejecuciones y los hallazgos macabros cesaran. No hubo una tregua decembrina.

En esta tendencia es natural atisbar un horizonte ajeno a los intereses de cualquier sociedad en la que prive el Derecho, la Justicia y la Verdad.

La violencia sólo engendra violencia, y las guerras destruyen toda esperanza de reconciliación.

En la forma de un número, un ser humano pierde su condición de persona, deja de tener vida, familia, sentimientos e importancia.

En la guerra contra el narcotráfico están acabando con personas, con mexicanos, equivocados o no, que merecían una opción de existencia diferente.

No caigamos en leer las matemáticas, omitiendo la carne y los huesos de la biografía truncada de nuestros connacionales.

En este momento congelemos la especulación de quienes tienen la razón o quienes nos han traicionado, únicamente pensemos si México, nuestro hogar, nuestra casa, es honrado con este baño de sangre.

Respondiendo a la rutina diaria, hemos perdido la sensibilidad a un argumento central: la vida es valiosa y tenemos la obligación de preservarla.

Es cierto que los ciudadanos no comenzamos este desastre, pero nuestra conciencia sí está facultada legalmente para desactivarlo.

Que una de las primeras decisiones de 2010 sea evitar más muertes y presionar a las partes en conflicto a encontrar una salida, o bien que sean sus dirigentes quienes se pongan en la primera línea del fuego.

Ningún mexicano merece morir por designios ajenos, sólo por cuidar de sí y de su familia en el marco de la legalidad.

Empecemos por adquirir esa conciencia.

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