Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
La Sociedad Internacional, organizaciones no gubernamentales y particulares han hecho un esfuerzo para llevar ayuda humanitaria a Haití, víctima de un terremoto sin precedentes inmediatos en su historia.
La Organización de las Naciones Unidas y los países miembros del Consejo de Seguridad están preocupados por la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas de los damnificados, por el aniquilamiento de una infraestructura mínima capaz de llevarle sustento a los necesitados.
La desesperación ha hecho presa de los pobladores de la isla y se han lanzado con todo para superar el amargo trance, imponiendo la rapiña, el saqueo y la violencia como argumentos de superioridad frente a cualquiera. La ley de la selva priva en las calles de Puerto Príncipe, a pesar de los verdaderos milagros obrados por las brigadas de auxilio llegadas de todos los puntos de la tierra.
En la desesperación del tiempo que agoniza, la emergencia se traslada a garantizar cierto orden político y social a fin de compensar la reconstrucción de la ciudad. No obstante, la tarea no será fácil. La anarquía desatada por décadas de opresión y el efecto directo del cataclismo natural no saldrá de esa tierra de nadie por otro medio que no sea la fuerza.
El plan del envío de cascos azules a Haití es una opción viable en la coyuntura de la descomposición popular. Nuevamente, la disyuntiva entre la paz y la represión aparece en el horizonte de un país miserable con escasas posibilidades de levantarse.
Con la asignación de reserva militar estadounidense a Haití, traemos a nuestro continente un escenario similar al de los países africanos que nunca pensamos tener tan cerca.
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