Por.- MARCIA TREJO
7.- El derecho a adoptar hijos es, quizás, el punto más controvertido de la ley. La oposición a ello se fundamenta en creencias tales como que si se es homosexual, se convertirá a los hijos en homosexuales, porque ese es el ejemplo que tendrán; que las parejas homosexuales son inestables y promiscuas; que los niños necesitan figuras paterna y materna para identificarse y definirse como perteneciente a un sexo, y que padres del mismo sexo generarán confusión; que los homosexuales no están capacitados para educar hijos porque están enfermos, etc.
Las parejas homosexuales (sean de varones o mujeres) son tan humanas como las heterosexuales; que a una persona le atraiga alguien de su mismo sexo, no invalida sus cualidades ni acrecienta sus defectos. Se puede ser inestable y promiscuo, sin importar la orientación sexual; nada más basta mirar el aumento en la variedad de relaciones erótico/amorosas de duración variable que se establecen actualmente o el incremento que han sufrido los divorcios (de acuerdo al INEGI, en 1971 había 3.2 divorcios por cada 100 matrimonios; en 2000 se incrementaron a 7.4; y en 2007 ya había 13 divorcios por cada 100 matrimonios).
Si la heterosexualidad de los padres garantizara la heterosexualidad de los hijos, el número de homosexuales sería muy muy inferior. Padres heterosexuales tienen hijos homosexuales, en consecuencia, no es una ley científica que padres homosexuales vayan a criar hijos con la misma orientación sexual.
Los niños encuentran sus figuras paternas y maternas, y lo pueden hacer tanto dentro de la familia como fuera de ésta. Tan es así que este país en el que existe un altísimo número de padres ausentes (ya sea por motivos laborales, abandono, muerte, divorcio, falta de responsabilidad, etc.), los niños mexicanos, de ayer y hoy, han encontrado a uno o varios varones que funjan como figura paterna, ya sea en tíos, abuelos, amigos de la familia, etc. Si no tener padre presente significara que uno va a volverse homosexual por falta de figura paterna, entonces este país estaría rebosante de homosexuales. Lo mismo aplica a la figura materna, cuántas veces hemos visto a niños que identifican a la abuela como la madre, o bien, que asumen que tienen varias mamás (entre madre, abuelas, tías).
La homosexualidad no es una enfermedad, es una orientación sexual. Se puede ser un enfermo psicológico o emocional, independientemente de la orientación sexual que se tenga.
Por último, el matrimonio homosexual –al igual que cualquier matrimonio heterosexual- tendrá que cubrir una serie de requisitos para poder adoptar y, al igual que éste, si no los cumple, las autoridades correspondientes no darán su autorización para que el proceso pueda ser completado. Esta serie de requisitos fueron creados con el fin de que el menor que sea dado en adopción, pase a formar parte de una familia que cuente con las capacidades económicas, sociales y emocionales para su óptimo desarrollo.
Lo anterior lleva a la necesidad de reflexionar si las instituciones responsables de los procesos de adopción ajustarán de algún modo sus criterios y si los funcionarios serán capaces de ir más allá de sus opiniones personales y prejuicios.
8.- Tal vez, lo que en el fondo nos cimbra no es que las parejas homosexuales contraigan matrimonio y adopten hijos, sino cómo lo vamos a explicar a los niños cercanos a nosotros.
Si hay personas a las que les inquieta y causa incomodidad hablar de temas como la sexualidad con los hijos o que no pronuncian jamás frente a ellos palabras como condón, orgasmo, eyaculación, sexo anal, etc.; la posibilidad de que tal inquietud crezca exponencialmente al tener que explicar que tal ejercicio se puede llevar a cabo entre personas del mismo sexo, es altísima. En consecuencia, se prefiere negar una realidad a tener que enfrentarla.
Yendo más lejos, no significa sólo explicar cuestiones sexuales, sino también que las personas pueden amarse y conformar parejas y familias sanas y amorosas, independientemente de su sexo; que existen distintas formas de alcanzar la felicidad. Y no sólo explicarlo a los niños, sino de que como adulto se asuma que hay otros modos de vivir, con salud y alegría, que no tienen que ajustarse exactamente a los nuestros; significa asumir y respetar la libertad y el derecho que tienen los demás a ser plenos y felices, por los caminos que ellos decidan.
Enarbolar a los menores que puedan ser adoptados y su bienestar como bandera para buscar echar atrás la ley, es un recurso engañoso y con tintes dramáticos. Si en verdad a tales grupos les preocuparan verdaderamente los niños, dedicarían sus esfuerzos a ellos y miren que hay bastantes: niños de la calle, en pobreza extrema, maltratados, abandonados, que no son adoptados y permanecen en instituciones públicas hasta la mayoría de edad, golpeados, abusados sexualmente, con problemas mentales ingresados en instituciones públicas, desnutridos, indígenas… Y si los nacionales no les resultan suficientes, existen más pequeños en el mundo que agradecerían su preocupación y ocupación. Y cualquiera de los menores que sea adoptado por un matrimonio entre personas del mismo sexo, estará en mucho mejores condiciones que los anteriores.
9.- De acuerdo al Código Civil del DF, los hijos naturales (engendrados) y adoptados son exactamente iguales, gozan de los mismos derechos, sin importar si los padres adoptivos tienen un matrimonio homosexual o heterosexual.
Sin embargo, es probable que este reconocimiento de igualdad no se concrete cabalmente en la práctica y ello desemboque en actos de discriminación.
El Código Civil del DF, en el artículo 2, establece que “La capacidad jurídica es igual para el hombre y la mujer. A ninguna persona por razón de edad, sexo, embarazo, estado civil, raza, idioma, religión, ideología, orientación sexual, identidad de género, expresión de rol de género, color de piel, nacionalidad, origen o posición social, trabajo o profesión, posición económica, carácter físico, discapacidad o estado de salud, se le podrán negar un servicio o prestación a la que tenga derecho, ni restringir el ejercicio de sus derechos cualquiera que sea la naturaleza de éstos.”
No olvidemos que todos los niños del planeta, según la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, tienen derecho a:
“Artículo 2º: El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño.”
“Artículo 6º: El niño, para el pleno desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión.”
“Artículo 9º: El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación.”
“Artículo 10º: El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa, o de cualquiera otra índole. Debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal, y con plena conciencia de que debe consagrar sus energías y aptitudes al servicio de sus semejantes.”
Pese al marco jurídico existente, vayamos a lo real y pensemos en la presión social que puede ejercerse sobre estos niños; si sectores significativos de la sociedad se encuentran en desacuerdo o en franco rechazo con la homosexualidad, no es de extrañar que hagan extensivo ese sentimiento hacia los hijos de tales matrimonios. Asusta e indigna pensar que la burla, agresión, violencia u homofobia abandonen el espacio adulto para identificar y convertir en nuevas víctimas a niños por el solo hecho de haber sido adoptados por un matrimonio homosexual, por haber tenido la fortuna de no permanecer en las instituciones estatales encargadas de velar por los huérfanos y contar con una pareja de padres, que asumió la amorosa responsabilidad de criar un hijo y darle una familia.
Esto no es un asunto que competa exclusivamente al matrimonio entre personas de distinto sexo, sino a la sociedad entera. Valdría la pena preguntarnos: ¿qué voy a hacer si veo un acto de discriminación o agresión contra uno de estos menores?, ¿qué actitud voy a enseñar a mis hijos para que tomen con estos niños?, ¿estoy dispuesto a enseñar a mis hijos que tales niños son exactamente iguales a ellos, independientemente de que tengan dos papás o dos mamás?, ¿voy a enfrentar a otros ciudadanos, padres o maestros cuando los agredan o discriminen?, ¿voy a asumir una postura de indiferencia porque no son de mi familia?, ¿voy a voltear hacia otro lado o a mantenerme callada porque soy heterosexual?, ¿voy a permitirlo, aunque esté en desacuerdo con la ley?, ¿voy a convertirme en cómplice de agresión o discriminación hacia un menor por omisión?, ¿voy a fingir que no sé que el silencio también es complicidad?, ¿voy a ser precisamente yo –tan decente, tan normal, tan heterosexual- quien ejerza esa agresión y segregación?, ¿voy a ser yo quien maltrate a un niño porque no me parece que dos personas del mismo sexo puedan amarse y ser pareja?
No hay comentarios:
Publicar un comentario