Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
San Matías Cuijingo es una población mexicana de diez mil personas cercana a los volcanes; una población idílica de estampa turística.
El día diez de noviembre de 2009, cuatro hombres vestidos como Policía Federal secuestraron al empresario Trinidad Sánchez Rosas, de 56 años de edad, en el pueblo de Chalco.
Levantada la víctima fue llevada a una casa de seguridad ubicada en Cuijingo.
Los secuestradores pidieron a María González Castillo, esposa de Trinidad, trescientos mil pesos y la factura de un automóvil compacto.
Dos empleados del secuestrado dieron parte a la Agencia de Seguridad Estatal y comenzó la ubicación de los delincuentes.
En un operativo 20 miembros de la ASE y cuatro de municipales hallaron la casa se seguridad y detuvieron a los delincuentes.
La operación fue un éxito pero al retirarse la policía con los detenidos, los pobladores detuvieron al destacamento y a golpes se hicieron de los cuatro secuestradores con el propósito de lincharlos en la plaza la comunidad.
Un quinto detenido logró ser llevado ante la Policía Ministerial.
La idea de los captores era colgar y quemar después a los sujetos.
Las autoridades de lugar fueron rebasadas por tres mil habitantes de Cuijingo que incendiaron el automóvil de los delincuentes como barricada en llamas y pusieron otras para evitar el acceso de la Fuerza de Acción y Reacción.
En el transcurso de las horas, la FAR rompió el cerco e ingresó al pueblo para rescatar a los delincuentes.
Nueve horas duró la retención de los hombres.
Sin embargo, el costo de la liberación fue alto: un número indeterminado de elementos de la Agencia de Seguridad Estatal heridos y otro tanto de habitantes gaseados con lacrimógeno, además del incendio del inmueble público.
Los pobladores de Cuijingo, lejos de estar arrepentidos, están molestos por no haber dado un escarmiento ejemplar a esos tipos porque desean dar un mensaje claro: cualquier delincuente que encuentren en el lugar no saldrá vivo.
Esta decisión colectiva posee una honda raíz en el incremento de ilícitos por la zona y en la nula intervención de las autoridades para proteger a la ciudadanía.
La gente esta consciente de los riesgos de una determinación violenta, pero han decidido plantarle cara a las organizaciones criminales que no los dejan en paz, en un legítimo recurso para proporcionarse la seguridad necesaria.
Redondeando la razón del acto, entre los secuestradores se hallaron a dos policías federales. El ingrediente eterno de la impunidad y la corrupción.
Frente a la reacción popular, nuevamente, se abre la disyuntiva impuesta en todo el país: a pesar de los anuncios huecos de los funcionarios, la delincuencia se ha movilizado y ha encontrado diversas maneras de perjudicar al prójimo, por ende, los mexicanos tienen que elegir entre la pasividad de los animales al matadero o la rebelión contra la arbitrariedad.
Una elección domina: no permitir mayores abusos y, si es necesario, recurrir a hacer justicia con las propias manos.
Evidentemente, lo acaecido en San Matías Cuijingo no es acontecimiento aislado; es el signo de una época convulsa en la que las instituciones gubernamentales de TODOS los niveles están siendo cuestionada y los veredictos no son favorables.
Harían bien, los titulares de las dependencias imaginar un escenario posible: la rebelión consistente de una ciudadanía iracunda por los escasos resultados de la justicia formal, y el costo potencial que tendría para ellos, uniformados o no, a la hora de presentar cuentas a un público sediento de una tranquilidad inalcanzable.
El susto nos va ganando.
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