Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
En la recta final de este año siniestro, igual que muchos anteriores, una percepción ciudadana es clara: México, el país, la sociedad y las instituciones, está tronando.
Sin afán de augurar catástrofes, para cualquier persona medianamente sensata, las decisiones tomadas en 2009, a nuestro nombre y cuenta, resultaron fracasos mortales.
Tenemos en la Presidencia de la República a un titular caprichoso, rencoroso y cobarde que ha encendido varios fuegos y ninguno ha sabido acabar, y esas más de quince mil muertes en una guerra estéril, en algún momento le van a pasar la factura.
El Congreso se ha convertido en el verdadero núcleo del poder político de la Nación y la mayoría, constituida por representantes del Partido Revolucionario Institucional, que no del pueblo, sólo tienen un objetivo común: ahogar al actual gobierno panista y regresar a Los Pinos, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
El Poder Judicial transformó la justicia en una entelequia y se conduce cómo mejor le parece, olvidando el origen de su nacimiento.
Los “notables” de la sociedad están disgustados y conspiran para recuperar privilegios, con o sin el aval de los grillos.
La clase media ruge de odio contra la panda de parásitos que aprobaron una cantidad exagerada de impuestos destinados a mantener el nivel de opulencia de la “corte” gobernante.
La pobreza se reduce a pasos agigantados para convertirse en miseria y en una base volátil para la pirámide jerárquica actual.
A México, en buen mexicano, se lo cargó la Chingada y quien diga lo contrario, que lo argumente.
Por edad, nacimiento y logros, he padecido una cantidad de crisis suficiente para calificar ésta como la que marcó tocar fondo. Nunca antes había visto a mi país, y lo apunto con dolor extremo, dividido, vilipendiado, embrutecido y amargado. Nunca antes una clase dirigente fue un espectro inútil. Nunca antes he sentido tanta rabia como para pensar opciones menos pasivas.
En el ámbito internacional, México es un remedo del líder de la región que alguna vez fue y se ha quedado rezagado con respecto a otros países que en su momento lo tomaron como ejemplo.
La relación México – Estados Unidos muestra la escasa prioridad integral que tiene la Casa Blanca hacia el vecino incómodo del Sur.
Canadá decidió frenar la inmigración mexicana y discretamente ha levantado una barrera burocrática para no cargar con el fracaso ajeno.
Nuestra educación, seguridad y salud públicas están por los suelos frente a estándares mundiales y, no obstante, el próximo presupuesto no hará nada para ayudar a esos sectores.
La Constitución es letra muerta y la Revolución, un pretexto para festejos idiotas.
No tenemos un motivo de regocijo cuando en la primera década del siglo XXI, aun rondan las razones que levantaron a las masas en la primera década del siglo XX.
No estoy haciendo una apología a la violencia, pero la cerrazón de los burócratas está acabando con las maneras de convencerlos para aceptar la derrota y darle un cambio de rumbo al país.
Es definitivo, tenemos que propiciar no reformas, sino una revolución total del Estado, de los mexicanos depende si será de terciopelo o escurrirá la sangre tal y como hace cien años.
LUCHEMOS POR EL PODER.
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