En lo que coinciden los historiadores oficiales y los críticos es que uno de los principios esenciales de la Revolución Mexicana fue conseguir una educación para el pueblo.
Al triunfo de la facción carrancista, la Educación pasó a formar parte de las garantías constitucionales del país y cada gobierno, emanado de la Carta Magna de 1917, trató de satisfacer el cumplimiento glorioso, primero de la alfabetización y, después de la profesionalización de cada ciudadano.
Para millones de mexicanos, el acceso a la educación pública fue la oportunidad para salir de la pobreza y escalar otras posiciones sociales.
Sin embargo, después del movimiento estudiantil de 1968 y la masacre de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, la clase dirigente vio en el conocimiento un peligro real para mantener el poder.
Ni tardo y perezoso el Estado, a partir de Luis Echeverría hasta Felipe Calderón, no cejó en orientar las decisiones gubernamenmtales a minar la capacidad de reacción de los estudiantes y fueron inclinando la balanza para orillar, a quienes pudieran, a inscribir a sus vástagos en escuelas privadas, donde les enseñarían los valores supremos de la libre empresa y el liderazgo capitalista, y no la habitual exaltación de izquierda sospechosa.
Como debe de ser un profesional del aniquilamiento, los burócratas convirtieron al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, auspiciado por la Secretaría de Educación Pública, en la punta de lanza de una contra ofensiva hacia la libertad personal que otorga la comprensión objetiva de la realidad. En cuestión de décadas el nivel académico del sistema educativo estatal bajo a niveles ofensivos para cualquier nación semejante a la nuestra.
La masificación educativa, el pase automático, el sindicalismo, el falta de capacitación y actualización de docentes y la negociación presupuestaria han sumido en la ignorancia a varias generaciones de connacionales imposibilitados a vislumbrar una idea original más allá de sus narices.
Al igual que en el rubro de la Salud Pública, los presidentes no han parado de construir instalaciones y cuanta extravagancia inútil se requiera para honrar, de fachada, la mejoría en las condiciones de existencia de la gente.
Es cierto que hoy el analfabetismo es casi inexistente, pero el semialfabetismo tampoco sirve de mucho en un mundo ubicado en parámetros tecnológicos y educativos adelantados medio siglo con respecto a México.
Escuelas hay, lo que no hay es una plantilla docente en constante renovación y entrega. No pasa un semestre sin que se registren movilizaciones de profesores de primaria en cualquier parte del territorio y que miles de estudiantes pierdan clases sin opción a recuperarlas. Sin contar los innumerables escándalos protagonizados por guarderías, jardínes de niños y secundarias oficiales.
Es sabido que la actual dirigente del SNTE, Elba Esther, está más preocupada por la grilla y el cobro de cuotas de decisión que por proponer un programa de compromisos verdaderos con las bases del futuro de México.
La Secretaría de Educación Pública, es un espacio de descanso burocrático que se ha acostumbrado a las mentadas de madre y a la burla generalizada por el paupérrimo desempeño de sus esquemas de calidad profesional, sin darse por aludida.
Así, no sorprende que el Congreso y el Ejecutivo cada año reduzcan presupuesto para la Educación y su consecuencia inmediata; la Cultura.
En esos términos, los padres de familia, en proporción a sus ingresos, remiten a los hijos a establecimientos privados esperando que el sacrificio valga la pena.
Por las características estructurales y funcionales de México, nuestra educación y cultura públicas agonizan, gracias al seguimiento de un principio de “política real”: la ignorancia es un eficaz instrumento de control social.
Por ello, el Estado facilita la enajenación y la alineación de la niñez y la juventud.
Por cada potencial ciudadano guardado en su casa distrayéndose con el escape tecnológico o por cada joven ciudadano enganchado en algún vicio, la casta divina que nos domina está tranquila.
La Educación Pública es entretenimiento puro, irresponsable y asesino. Entonces no nos sorprendamos que el presupuesto para la instrucción de los hijos de los mexicanos sea menor para 2010, simbolizando que la Revolución, pese a los festejos suntuarios, no ha terminado. De otra forma, el bronco pueblo sigue atado a la esclavitud de la mentira y el desconocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario