miércoles, 11 de noviembre de 2009

APUNTES: VEINTE AÑOS SIN MURO



De izq. a der. Rolando Garrido Romo, Francisco Calzada Jáuregui, Edmundo Jardón Arzate, don Enrique Loubet Jr., Gral. Luis Garfias Magaña, Sergio Berlioz, Leopoldo Soto, René Avilés Fabila, Marcia Trejo Silva, Raúl Gómez Miguel.

O CÓMO SE GANA UN PREMIO NACIONAL DE PERIODISMO

Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

Al regresar de un viaje de trabajo por Europa, Marta Anaya, entonces esposa de don Enrique Loubet Jr., Director de Revista de Revistas de Excélsior, le recomendó estuviera pendiente porque algo muy grande iba a suceder ahí.

Por mera intuición periodística, don Enrique pidió a la planta de colaboradores y reporteros base que fueran centrándose en el continente y con una semana de adelanto dimos a conocer el desmantelamiento de la Unión Soviética, como resultado de la Perestroika, impulsada por Mijail Gorbachov, y la tremenda golpiza económica dado por los Estados Unidos a los soviéticos en la supremacía bélica mundial.

Describimos cómo se estaba viviendo el cambio en las naciones satélites de la Madre Rusia y las consecuencias posibles que tendría en Europa Oriental.

El número del semanario entró a impresión y calientito nos llegó a las manos justo cuando empezaron a llegar cables provenientes de Alemania Occidental hablándonos del éxodo de ciudadanos del Este hacia la frontera.

En el transcurso de las horas, se abrieron las fronteras y el Muro de Berlín, construido en 1961 para marcar tajantemente la separación del Comunismo y el Capitalismo, en el corazón de la capital alemana arruinada por el nazismo, empezó a ser derrumbado por los ciudadanos con las herramientas que estaban a mano.

Revista de Revistas de Excélsior, ganó la primicia en las publicaciones de su tipo y, naturalmente, los ejemplares volaron.

No hubo tiempo para celebraciones; de inmediato, volvimos a las fuentes y retomamos la historia. Pocas veces, la plana de los integrantes del semanario decano de Excélsior trabajaba con tanto ahínco, hasta nos olvidamos de nuestras rutinarias sesiones editoriales en “La Reforma”, cantina cercana a la redacción.

Yo tenía dos años de haber terminado la carrera de Relaciones Internacionales y de haberme titulado con honores, así que traté de deducir las implicaciones de las imágenes que las televisoras del orbe transmitían permanentemente. En el fragor del sonido de las máquinas de escribir escribí una serie de notas llenas, lo reconozco, de la emoción del instante.

Conforme fueron pasando las semanas entendí una triste realidad personal. La formación universitaria que había cursado, desde el Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan hasta la Licenciatura en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán, giraba en torno a las teorías críticas de la historia, en concreto al materialismo histórico propuesto por Carlos Marx y Federico Engels, padres de la ideología dominante en la URSS. Sí había tomado algunos planteamientos estructurales y funcionalistas, tan a modo del gran capital, pero mi bagaje teórico estaba aplastado por las ruinas del Muro de Berlín.

Dicho de otra manera, mi explicación del mundo estaba fuera de combate y tendría que comenzar de cero para comprender el nuevo mundo que nacía con cada marrazo dado en el Muro.

Habilitado con la metodología universitaria le hinqué el diente a otras opciones interpretativas de las Ciencias Sociales y, poco a poco, me fui empapando de las herramientas analíticas indispensables en la era que comenzaba.

El segundo número de Revista de Revistas de Excélsior dedicado a los cambios europeos y, por supuesto, al muro de Berlín, tuvo el mismo éxito y al año siguiente ese par de ases nos hizo acreedores al Premio Nacional de Periodismo, dado por el Club de Periodistas de México, A.C.

Yo tenía veinticinco años y la idea de un planeta, una humanidad, me parecía posible. El tiempo me enseñaría con implacable lógica que la esencia del hombre es única y que su vocación natural al desastre pondría a la Tierra en graves peligros. Empero, en esas semanas de noviembre de 1989, la humanidad creyó en la esperanza de hacer lo correcto.

Como si fuera necesario, la experiencia de cubrir esa noticia me mostró que la pasión periodística estaba suficientemente metida en mi alma y que jamás dejaría de sentirla; aun hoy, dos décadas más tarde, conseguir y difundir información es mi razón de vida.

Desgraciadamente, Revista de Revistas de Excélsior dejó de existir por el desmoronamiento de la Cooperativa de los trabajadores y de las corruptelas de los funcionarios; lamento la muerte de varios compañeros periodistas; y la partida inexorable de nuestro jefe, Don Enrique Loubet Jr., quien con una orden nos metió en la Historia.

A veinte años sin Muro, sólo puedo decir que fue mi prueba de fuego para saber mi valía en el oficio y una oportunidad única como testigo de la importancia individual en la consecución de un cambio.

Espero que en la eternidad, quienes se me adelantaron de ese equipo maravilloso, rodeen a don Enrique y brinden porque fuimos los primeros, hace cuatro lustros, en demostrar que Revista pudo doblar a cualquier medio con un cuerpo de reporteros, hoy legendario.

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