Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Las redes sociales tienen un lado oscuro, susceptible a cimentar leyendas virtuales y casos únicos de conducta humana.
A través del inocente ejercicio de la comunicación en Red, sabemos de la existencia de estafadores, acosadores, fanáticos y demás corte de indeseables que tras una falsa identidad hacen de las suyas.
Están los vendedores de programas mágicos para descodificar las claves de acceso personal a las redes.
Los generadores de causas sociales de todo tipo, desde la defensa del teporingo hasta la conexión cósmica con nuestros “hermanos” estelares.
Los desamparados que piden ayuda sin el menor disimulo y narran historias sensacionales de carencia y privación, aprovechando el candor de las almas buenas que pasan por el ciberespacio.
Es posible que un ser humano adoptado encuentre a su familia biológica rastreando pistas de red a red y tenga un final feliz, digno de las páginas lacrimógenas del Selecciones del Readers Digest.
O contamos las demandas de las leyes internacionales contra la revelación de datos en las redes, pretendiendo hacerse de una base de ciudadanos un poco menos manoseada a la que poseen.
En la fiebre pasional, es imprescindible cargarle a las redes los celos y otras desgracias de las parejas divididas por un teclado y un monitor. Sabrá Dios con quiénes se estará “frecuentando”.
Para evitarse la zozobra de dar malas noticias, las redes permiten el anuncio de muertes, secuestros, desapariciones y otros desprendimientos dolorosos como si se estuviera contando un chiste o jugando con una aplicación.
Los famosos que, aconsejados por sus publirrelacionistas, abren cuentas en las redes no se la acaban por la afluencia ininterrumpidas de usuarios, deseosos de entablar contacto y darle una miradita a la “intimidad” de las estrellas.
Hasta un hijo secuestrado puede encontrarse en la Red sabiéndolo hacer, sólo es cosa de paciencia y probabilidad.
Los jefes de los trabajos también cargan con el estigma de vigilar las redes sociales a fin de informarse de los vínculos externos de sus empleados y usarlos en su contra.
En las aguas de las acusaciones, un simple comentario en la red equivocada y hasta se pierde el sustento.
Los romances tampoco se sustraen de comenzar y terminar en las redes, para que luego los “sin compromiso” se ufanen de estar disponibles.
Metiendo el acelerador, en Estados Unidos es factible las demandas por difamación en Internet con los dividendos monetarios correspondientes.
Poco a poco, el ser humano va cargando a las redes de sus propias virtudes y sus propios vicios.
Las redes sociales son, en plan de chunga melodramática, conexiones de la vida misma.
Escapa a la imaginación cómo en un breve periodo de funcionamiento, las redes sociales alcancen una prioridad en la concepción de totalidad de un individuo.
No estar en la red de los amigos, es no existir, no estar actualizado, ser un paria y un sospechoso de algún tipo de anomalía conductual.
La otra cara de las redes sociales no es linda, presenta los rasgos contundentes de usuarios enfermos, decadentes y solitarios.
Sólo falta que una red embarace a otra, que se discuta la violencia intra y extra red, o que en la red dejemos el cuidado y la formación de nuestros hijos.
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