domingo, 10 de mayo de 2009

MARASSA: MADRE

A mi otra madre, muerta ya,
Celia Wells Green vda. de Oberstad



Por Raúl Gómez Miguel

Doña Flora Gómez Miguel, mi madre, el próximo mes de julio, cumplirá un año de muerta.

Ella y yo tuvimos una relación difícil por errores propios y ajenos y nunca encontramos el punto de equilibrio para expresarnos lo mucho o lo poco que nos representábamos.

Mi madre trabajó toda su vida para sacarme adelante y gracias a la ayuda de otras mujeres fundamentales en mi existencia, logró concretar un sueño: verme con un título universitario y los honores correspondientes, callando las decenas de voces familiares que siempre votaron en su contra.

Mi madre fue una madre soltera en un tiempo que el calificativo pesaba y autorizaba a cualquiera para humillar o aprovechar la situación.

Con el hijo al lado y a las carreras, mi madre hacía de sus días los escalones de un futuro incierto y tenebroso.

Conocí a mi padre y no cambió nada. Lejos de beneficiarme hizo hasta lo indecible para que perdiera las mínimas oportunidades que me daban o me hacía para salir adelante.

Mi madre y yo vivíamos al día. Ella a lo suyo y yo creciendo como el pasto silvestre. Pocas veces hablamos a profundidad y lejos de tener respuestas, terminábamos con más preguntas.

Llegó el tiempo de separarnos. Yo fundé un hogar y ella se enclaustró en casa.

Hablando por teléfono o en persona peleábamos por el dolor que cargábamos y por la desesperación de no encontrar la paz.

Murió mi padre y su desaparición nos devolvió un poco de tranquilidad, de cercanía; éramos supervivientes.

Tardé años en admitir que nadie es responsable de la felicidad que no sea uno mismo y en el proceso de comprenderlo me acerqué a mi madre para pedirle perdón por no haber sido el hijo que hubiera deseado o que necesitaba. Ella aceptó que distaba de ser una madre ejemplar. Lloramos y nos despedimos como dos buenos amigos.

Pero el tiempo no nos alcanzó y aunque le expresé en vida mi sentir, me hubiera gustado decirle adiós y no darle un beso en la frente a su frío cadáver.

He vuelto al panteón un par de ocasiones y durante unos minutos trato con el pensamiento de atravesar las lozas y decirle: “Madre, descansa, todo esta bien”.

Por eso he defendido que se reconozca cuanto hago con mi nombre completo, no Gómez, sino Gómez Miguel porque en esos apellidos humildes está la evidencia que mi Madre en mucho fue la diferencia en lo que soy.

Ignoro si existe algo más allá de la muerte. Pero, imagino que de haberlo, me reencontraría con Doña Flora y le contaría que el tarambanas de su hijo sirvió para algo y que si logramos trascender en la memoria de los demás será juntos, con mis acciones que tienen sus mismos apellidos.

3 comentarios:

Carlos H. Mendoza dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carlos H. Mendoza dijo...

Profesor Gómez MIGUEL, debo decir que sin duda logró ser alguien.

Su madre debe estar orgullosa de usted. En lo personal puedo decir que es el profesor que más ha influido en mi carrera.

Felicidades para su mamá.

Siempre me paseo por acá. Nos debemos unos tragos.

manchate.org

Ana Laura dijo...

Todos queremos ser alguien en la vida y, definitivamente, siempre hay un "alguien" que nos ayuda a lograrlo. Tú tuviste tu "ángel o tu demonio" y por eso lograste ser quien eres. Tú fuiste mi ángel y demonio a la vez, para que yo pudiera ser quien soy. Felicidades por ser Raúl Gómez Miguel... el profesor más extraordinario que conozco. Gracias POR COMPARTIR CONMIGO LO MÁS VALIOSO QUE TIENES... ¡TU TALENTO!
Con cariño.
Ana Laura Domínguez... El Dodo Subversivo.
Feliz Día a Doña Flora... donde quiera que esté.