Por: Raúl Gómez Miguel
Si a ustedes, queridos lectores, les llegara un hábil embaucador diciendo que con una inversión del 100 por ciento, y una perdida del 65%, de todos modos recupera el dinero con creces, probablemente lo mandarían al demonio por la implacable lógica numérica.
Sin embargo, este negocio existe en México y se llama Elecciones. Pero, vamonos explicando. Todos los recursos que el Estado, los Partidos y la Iniciativa Privada le mete a la preparación, realización y difusión de las Elecciones, parte de una premisa bien extraña: que el abstencionismo será alto (en las próximas de julio se promedia en 65%) y que los votos minoritarios a toda comparación serán suficientes para generar la utilidad que les interesa, es decir, que aunque caros, cada uno de estos votos irrisorios en una democracia que se respete, permitirá que cualquier pelmazo (obedeciendo dirección) amarre un espacio de poder esencial en el mantenimiento del Status Quo.
Por eso no es de extrañar que los gastos multimillonarios que hace una sociedad aquejada por una recesión económica y una debilidad estructural evidente, se sostenga en el mínimo de votos y no en el convencimiento del electorado completo.
Las Elecciones en México justifican acuerdos consagrados en las cúpulas dirigentes y no a la expresión genuina de la voluntad popular. De esta manera, si el 35% de los electores votan es suficiente para que los candidatos ganen, que aun llenándose de palabras para convocar al voto, ruegan por que la asistencia sea poca y que a ellos les toque.
Esto explicaría el desdén de las plataformas electorales actuales hacia compromisos reales a la mujer (la mayoría demográfica de la nación), las minorías sexuales, los jóvenes, los ancianos y las variantes que se aparten del modelo cuadrado de un proselitismo payo, carente de vergüenza.
La propaganda política y quienes la ejecutan son una prolongación del negocio y les vale el saldo final. La apuesta está en seguir con el hueso a pesar que se caiga en la torpeza mental y la burla cínica: candidatos desangelados disfrazados de hombres de familia, artistas fracasados alentando aspiraciones de superación, júniores escandalosos jugando al hada de los sueños, enmascarados afectados por los golpes desconectado de lo que dice, en fin, la apariencia pura y el final que nos toque.
La ganancia está en el cobro de los favores y las lealtades entre la clase dirigente y la clase gobernante, y va desde la distracción a temas inconvenientes hasta las transacciones pesadas en los proyectos nacionales de “progreso” y transformación. Es mantener la Familia en calma multiplicando los patrimonios.
En tanto no exista un mínimo legal para ganar una elección de acuerdo a un electorado siempre en crecimiento, la voluntad del pueblo es nada.
Estoy con quienes asimilan el abstencionismo como otra forma de hacer política y expresar una diferencia válida en el silencio. Defiendo la entereza de no hacerse cómplice de las instituciones en las que no se cree.
Algún día, el abstencionismo dejará de ser para conformar una fuerza representativa y revolucionaria que reventará el sistema pútrido de la grilla mexicana por la vía de la rebelión de conciencias.
La invitación debería ser a que asistan al proceso electoral y elijan de acuerdo a su voluntad, pese a que probablemente el voto sea anulado por apoyar a candidatos imaginarios y personales que no están registrados debidamente en el patrón políticamente correcto.
Así que a gastar fortunas por poquísimos votos y que el país tiemble sin afectar el beneficio vertical de quienes importan.
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