Por.- Raúl Gómez Miguel
Diferentes voces se escuchan invitando a los ciudadanos a no ejercer su derecho a votar o, de plano, cancelar su voto para evitar tentaciones e impugnaciones habituales.
La respuesta dictada por la inteligencia es que una negación al voto es la pérdida del derecho a presionar a los funcionarios electos, precisamente por la interpretación acomodaticia de que el silencio es una forma de aceptación.
Otra percepción pública es que votar autoriza un estado de cosas donde los partidos y los candidatos terminan haciendo lo que quieren, ignorando el poder que la gente les ha dado para resolver la problemática nacional sobre un factor de interés colectivo.
Es curioso que entre las dos lecturas se levante una constante referencia de "intelectuales e ilustres" al alto índice abstencionismo que las estadísticas proyectan para julio próximo. Se percibe un juego de dos caras en que se invita a la elección y se desmotiva a la vez, acentuando el titubeo del votante indeciso que no sabe qué preferencia socorrer.
El Instituto Federal Electoral, órgano máximo en la especialidad del proceso electoral, poco hace para levantar la imagen de una burocracia apegada a ciertos partidos, dirigida a validar resultados pactados en otra parte.
Es casi mecánico abordar el crecimiento de la democracia por el rumbo de una verdadera politización de la gente y un genuino trabajo de proselitismo partidista sentado más en resultados incuestionables que en promesas olorosas a falsedad.
La politización de la gente requiere de una revolución educativa, cultural y cívica que ningún actor gobernante desea, al contrario, entre menos se interese el ciudadano por la profundidad de la República el orden se mantiene y priva la ideología alegre de la ignorancia.
El genuino trabajo proselitista de partido pide idearios, plataformas, proyectos de nación y un sinfín de modelos operativos que convenzan por viabilidad, solidez y alcance la confianza del simpatizante en estar dentro de una asociación de profesionales especializados en política, dispuesto a alumbrar acción y estrategia de estadistas y no meros saltimbanquis de la grilla, el chismorreo y la improvisación corriente.
En un contexto marcado por el golpe bajo, la traición disfrazada de justicia, la ley sirviendo a los ajustes de cuentas, el fuego amigo y hasta suicida, los espectáculos de tres pistas con policías, delincuentes y payasos, desinflan el ánimo de cualquiera a hacerse cómplice de una farsa democrática en la que se vende todo.
El ciudadano está facultado a usar su derecho al voto como mejor le parezca, no como convenga a grupúsculos y quimeras quemadas. Las ilusiones de cambio se han podrido, no por el valor del pueblo que sigue en la brega sin descanso, sino por hombres y mujeres que nunca están a la altura de los cargos y que torpemente se ven caer en la más cínica impunidad.
El elector tiene el derecho sagrado de hacer pública su declaración de no haber votado por una panda de bandidos, arribistas, familiares, amantes, amigos y patrocinadores que integrarán un congreso que sólo sirve de tianguis empinado al mejor postor que nunca será México.
En la abstención, señores especialistas, también vive el repudio. Y se vale.
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