lunes, 25 de mayo de 2009

APUNTES: LA TRISTEZA DE PROCESO

Por: Raúl Gómez Miguel


Abrimos esta gran tragedia del periodismo mexicano con una perla textual de María Scherer


“Por considerar que los gobiernos federales del PAN no han sido equitativos
con Proceso en el reparto de la publicidad oficial destinada a medio impresos nacionales, este semanario interpuso, el 27 de abril pasado, una
queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). El organismo que preside José Luis Soberanes inició ya una investigación del hecho
denunciado.

En la queja, dirigida al presidente de la CNDH, doctor José Luis Soberanes, el director de la revista, Rafael Rodríguez Castañeda, expresa: Proceso presentó, ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH),
una queja contra el gobierno federal por considerar que éste viola los
derechos fundamentales de la revista –entre ellos, el de la libertad de
expresión– al distribuir de manera inequitativa, arbitraria y sin
transparencia la publicidad que sus organismos y dependencias pagan, con
recursos del erario, en medios de comunicación nacionales y locales.

"Desde 1976, cuando se fundó la revista Proceso, advertimos que el
gobierno federal asigna de manera arbitraria la publicidad de sus
dependencias destinada a ser difundida por los medios de comunicación. En
ocasiones, la utiliza como un mecanismo para premiarlos o castigarlos de
acuerdo con su línea editorial".

Agrega que en el caso específico de nuestro semanario "fue particularmente
grave durante el gobierno de Vicente Fox, que restringió a su arbitrio la
publicidad destinada a las páginas de la revista, conforme le molestaba a él
y a sus colaboradores la información que difundíamos".

Desde el inicio de la administración actual, encabezada por Felipe
Calderón –sigue el documento, presentado en la CNDH el miércoles 27 de
abril–, "la situación empeoró" y "prácticamente la publicidad del gobierno
federal en Proceso se redujo a cero".

Este es un extracto de la nota que publicó la revista Proceso en su edición
1697 que empezó a circular el domingo 10 de mayo pasado.



Como periodista profesional en activo me ha tocado vivir las relaciones del Estado y la prensa en el Antiguo Régimen y en la falseada democracia panista.

En ambos momentos históricos, el Estado, en condición de comprador de publicidad, siempre se ha comportado caprichoso, subjetivo y castigador.

Para las generaciones jóvenes: el semanario Proceso, fundado en 1976 como consecuencia del golpe gubernamental a la dirección de Julio Scherer, del periódico Excélsior, representó por décadas un espacio de periodismo libre cuando la mayoría de la prensa estaba agachada a las disposiciones del Poder Ejecutivo. De hecho, Proceso fue la única publicación que presumía mantenerse estrictamente de sus lectores, es decir, que las ventas reales la sacaban número a número.

Cierto o no, el caso es que Proceso se mantuvo fiel al espíritu crítico, y a veces suicida, de ventilar la verdadera cara del poder. Sin Proceso es difícil imaginar los proyectos abortado de los diarios Uno más uno y de La Jornada, venida a panfleto del Partido de la Revolución Democrática.

Que se sepa públicamente, Proceso jamás se preocupó por el reparto de la publicidad gubernamental, que de facto compromete la línea editorial del medio que la recibe, y siguió por la libre pintándole violines a las administraciones priístas que aprendieron a soportar los trancazos informativos del semanario.

La salida de Julio Scherer de la dirección de Proceso trajo cambios fuertes en el proyecto y gradualmente se convirtió en otra publicación. Quizá su ciclo había terminado, quizás a los herederos le pesaba la corona.

Leer la nota que inicia esta reflexión es un ejemplo claro de lo que la tradición y el ejercicio periodístico serio no permiten. Literalmente se está pidiendo benevolencia al Estado para que, por la publicidad, dé recursos a una revista que se asume de combate. Inmiscuir instancias ajenas y sin poder real para dirimir el desacuerdo, puede ser llamativo pero no evita el entredicho.

Nadie da nada gratis y menos los grillos mexicanos. Por ende, pedir contribuciones disfrazadas de publicidad a qué me comprometen, ¿a hacerme de la vista gorda, a no perseguir la verdad o a fingir que hago?

El Proceso que yo leí no se andaba por las ramas y ahí radicaba su credibilidad y su enorme cantidad de lectores, que en un pueblo acostumbrado a no leer, resultaba hasta un fenómeno.

Estoy de acuerdo que son otros tiempos pero el periodismo sigue siendo en esencia: INFORMAR SIN CORTAPISAS, DARLE A LOS LECTORES DATOS Y LECTURAS PARA QUE SE FORMEN SU PROPIO CRITERIO Y ESO IMPLICA LIBERTAD. Esa libertad que se somete al pactar con el Estado.

Del “nuevo” Proceso emigré hace mucho porque consideré que se amparaba en el nombre y no en el ejercicio, e Internet me posibilitó acceder a otros espacios de información de mayor credibilidad. Algunos colegas abrieron blogs serios y SIN PUBLICIDAD. La ausencia de una censura importante hizo de la Red, el paraíso de muchos talentos cansados de seguir fórmulas e intereses ajenos a la NECESIDAD de contar verdades sin avales admistrativos.

Los viejos forajidos del periodismo encontramos en Internet la opción de no renunciar a nuestros credos por convertirnos en "media workers" u obreros de la información.

La publicidad gubernamental es un embute disfrazado que pone al medio en otra altura, pero en semejanza al “recortero” o al “boletinero” que por unos cuantos pesos destila el veneno que le pidan, y eso no es libertad de expresión, es prostitución.

No es con lamentos y escandalitos como el prestigio se defiende, es con trabajo y con apertura. Si un medio es eficaz, la publicidad llega por el simple efecto del reconocimiento público. Y esto no me lo saco de la manga; resume la historia del Proceso que yo leía.

Antes de ponerse en evidencia, la actual dirección del semanario debería preguntarse las razones que lo han llevado a mendigar lo que se creía imposible.

Proceso tenía esa autoridad moral que da el distanciamiento del poder y que no se logra en breve tiempo.

Más que la publicidad que demanda Proceso, está en juego la caída de un símbolo de resistencia, que imagine morir de pie, no rogando como en los tiempos idos por dinero en vez de procurarse lectores y otras maneras de hacerse sustentable.

La libertad de expresión no se negocia y no es asunto del Estado, es un derecho individual por el que se pelea a diario y que carece, por origen, de patrocinadores.

Una vez admitido en el pool de la publicidad estatal se pone en práctica el viejo dicho no muerdas la mano que te dá de comer, o ¿supone Proceso que seguirá gozando la libertad que está rematando?




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