Por. Raúl Gómez Miguel
Será porque las cosas se salieron de control y nos volvimos a encontrar en la fragilidad de siempre, pero ahora que comenzaron las campañas políticas de las elecciones intermedias la percepción de la gente es de un franco rechazo. Ningún mensaje propagandístico le quita al residente de la capital la percepción que los políticos fueron superados y que, digan lo que digan esta vez, sí podrá escupirles la cara por su ineficiencia, arribismo y cobardía.
Desde 1985, la propaganda política no estaba tan de pico caído. Las ofertas políticas de los partidos suenan tan estúpidas, tan desfasadas y tan cansadas que lo mejor sería que desaparecieran. El crecimiento democrático es resultado del crecimiento ciudadano, de su politización, de su civilidad, de la comprensión plena de su problemática y de la viabilidad de soluciones; no de oportunidades para votar sin cumplir requisitos o de asumir el rol de menores de edad que se contentan con un regalito o una palmadita en la espalda.
Más que detenernos en la nebulosidad que es común a los fundamentos y estatutos partidistas, midamos los resultados de una gestión y comparémoslos con el saldo de una emergencia nacional; sigamos cómo se asumieron las responsabilidades y las cuentas que se entregan para la evaluación de lo que se hizo y de lo que se pudo evitar.
En el juego macabro de la especulación del rating y las componendas monetarias de la propaganda en medios, es indispensable cambiar de hoja y retornar a un nivel de sedación colectiva que justifique el gasto del presupuesto. Con que alguien responda a la comunicación es suficiente. Se resucitan a los candidotes “históricos”, las consignas vergonzosas y los clichés abominables de quien los hace por no dejar.
¿Qué se le puede decir al público cuando los primeros cobardes en salir corriendo y guardarse en sus mansiones ante la posibilidad de infectarse fueron los integrantes del Poder Legislativo? ¿Dónde quedó la entrega a México? ¿Cuál es la lectura de su ausencia absoluta?
Los gobiernos Federal y Local, más que políticos fueron funcionarios, y dando bandazos pudieron apegarse a un protocolo internacional de uso en caso extremo de salud pública y, quizás, sobreactuados metieron los frenos a su alcance para que la mortandad y la expansión de la influenza humana no llegaran a índices macabros.
Día a día, la primera línea de funcionarios estuvo en su puesto y desde ahí coordinaron el alud de malas noticias que se les vino. Hubo que acatar costos y mentadas. Pero estuvieron donde tenían que estar. El único que se dejó ver poco y que mandó un par de mensajes carentes de liderazgo y credibilidad, fue el presidente Felipe Calderón que optó por asumirse como patrimonio nacional y no exponerse a la fatalidad que asolaba a su pueblo.
Al igual que los diferentes sectores económicos y sociales, el sector político no atina para dónde moverse y se cuelga de las reacciones internacionales de miedo contra nuestros ciudadanos para aligerar la culpa y exigir una honorabilidad que el mismo desconoce. Envolverse en la bandera no va a resultar. Grillar la tragedia tampoco es recomendable por la falta de tamaños en resolverla.
Otra vez los grillos se exponen desnudos a una opinión pública que no busca culpables sino quien se la pague y eso tendrá un efecto directo en el voto. En la medida que vayan saliendo a la luz las irregularidades de esta historia, mayor será el vacío cívico que experimentará el capitalino promedio y la desventura de haber aceptado poner en el poder en tan incompetentes manos.
No bajemos la guardia y a lo que sigue.
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