Por: Raúl Gómez Miguel
Ya nos habíamos tardado. El divisionismo habitual de los mexicanos abre su bocaza tan pronto las autoridades sanitarias anuncian un descenso significativo del nivel de emergencia generado por el virus de la influenza humana.
Por un lado, están los inteligentes, los non plus ultra y los “estudiados” que siempre supieron que el espanto era una obra de manipulación política al servicio de una élite y que las exageraciones que le inculcaron a la gente fue nada más para hacerla tonta, con lo infantil que es el compatriota promedio, y que por ello la conspiración tuvo como aliados al mundo entero.
Por el otro, están los emplumados y tercos habitantes de la pirámide que se creyeron completo el mal prodigio y obraron mal limitándose a cumplir las disposiciones oficiales en materia de prevención y acción dentro del cuadro desolador que pintaron las diferentes fases por las que cruzó la epidemia.
¿Cuál es la diferencia? la suma de argumentos profundos y analíticos comunes y corrientes: ningún mexicano conoce a alguien que estuviera enfermo de influenza humana, jamás se presentaron los muertos (en fotos se entiende), los funcionarios públicos no traían tapabocas hasta que el poder máximo los alineó, las playas y puntos turísticos de temporada lucieron a tope y qué casualidad que una vez terminado el puente, todo indica que se volverá a trabajar sin mayores trámites.
¿No son suficientes pruebas? ¿No consta la rusticidad de la masa? Por Dios, si está como el agua que también se va acabar, reza una leyenda urbana.
Todo fue circo o todo fue una espantosa realidad. No hay puntos medios. O eres de esos valientes machos calados o fuiste presa de los nervios, la intimidación y el terrorismo de institucional y mediático.
Si las cosas fueran tan simples para qué preocuparnos, cuidarnos o prepararnos ante la eventual existencia de fenómenos que no por conocerlos no basta para que no existan. La cuestión es que en el enfrasque de opiniones estamos perdiendo el principio de responsabilidad, tanto propia como ajena. Lo ocurrido con la emergencia sanitaria nos puso a prueba con respecto al respeto de nuestra vida y la de los demás, y el saldo es triste aun en el límite (cierto o no) los mexicanos nos atuvimos al real derecho de hacer lo que se nos viniera en gana omitiendo lo que pasará con el resto.
El debate no es quién tiene la razón, sino cómo encaramos lo que nos disgusta u oprime. Reducir la adversidad, honestamente no sirve de nada, ahí seguirá diga misa el más duro de los nuestros. Cerrar los ojos y salir por la tangente idiota sólo facilita que el estado de cosas permanezca y que sigamos cambiando la historia en las charlas insulsas o elevadas de cajón.
¡Qué aburrido picar el mismo tema y no movernos a la banalidad o al chiste o la creación de videos domésticos para burlarnos de la ocasión! Si todo fue un engaño, si todo fue una verdad; la lección es secundaria, aquí no paso nada y con ese broche somos tan culpables como el primer mexicano que calló una arbitrariedad confiando que con hacerse de la vista gorda sería muy feliz.
¿Qué pueblo somos?
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