La cuenta se va alargando. Los periodistas en el mundo mueren. A veces por casualidad, a veces por una obviedad firmada. Sin embargo, el proceso de informar y generar opinión no para; es indispensable en las sociedades que efectivamente desean superarse.
El asesinato de otro periodista en México no sacude. Es una cuota siniestra por escribir de más y por meterse en asuntos crípticos que están prohibidos. En eso, el periodista mexicano se parece a las mujeres desaparecidas, las sexo servidoras asesinadas, los homosexuales destruidos o los ancianos olvidados. Pertenece a una minoría que es un mal necesario pero incómodo, que necesita pagar un tributo de sangre para seguir llenado cuartillas o pantallas con datos y nombre que, a la larga, valen para documentar que las sanguijuelas son intocables.
Como en todo, existen periodistas intoxicados de verdad y otros que sirven de tapete a un régimen y los intereses obscenos que cubre. Eso es un asunto de elección personal y capacidad de existir.
Lamentamos otra defunción, otro número en la estadística. Pero hay que seguir en la contra, a pesar de uno mismo.
Los DODOS que amamos la paz, la alegría y el alma buena del hombre, nos duele los sacrificios sangrientos de nuestros colegas en cualquier trinchera del mundo. No obstante, creemos que la mejor manera de honrar su memoria es continuar escribiendo, investigando y señalando lo que no está bien, lo que es injusto.
Consideramos que claudicar es perder la esperanza y dejar a la gente a oscuras en manos de los miserables. El periodismo en serio, que no en serie, es una cuestión de juramento sagrado para darle a los anónimos una voz, una idea, una empatía con lo que realmente piensan y no pueden expresar.
En México, la democracia no existe, es un capricho, y vamos, con la palabra ajena a la pomposidad de las autoridades, a ganarla, a hacerla nuestra, para que nadie tenga que morir por pensar diferente y comunicarlo.
EL ÚLTIMO DE LOS DODOS
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