POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Sostengo que la fe es un asunto personal y que no requiere de mayor ejercicio que la creencia bruta.
La religión, en tanto, es una cuestión de aceptación inteligente de la fe. Estudiada, vamos. Creyente cualquiera, religiosos, pocos, religiosos, brillantes una minoría.
Nací en el seno de un matriarcado, dícese, católico. Sin más. Por supuesto, de esos que saben la palabra de Dios, de oídas, en interpretación de terceros.
Por el afán de conocer, pronto me aleje de la comodidad del dogma simple y me metí a la lectura de los libros esenciales de mi supuesta espiritualidad. El resultado, como siempre que se entrena la razón, fueron mayores dudas y pequeñas respuestas.
Dios no me la puso fácil. Sin albur, se entiende. Mi creencia llegaría por diferentes medios, brutales algunos, que me convencieron de la existencia de ALGO superior a mi filosofía.
Eso me llevó a la certeza de que el Espíritu Absoluto (Hegel, válgame) no requiere de intermediarios, sino se abre camino solo hasta el ¡cerebro! del Hombre.
Ese razonamiento me vino a poner a una prudente distancia del patrocinio religioso y soy un dragón de Dios que opera por la libre sin bajar la testa ni rendir reportes.
A mi modo me desenvuelvo por la cotidianidad en una esfera de comunicación directa entre mi individualidad y el cosmo. Acepto a Cristo como un gran revolucionario y al designio divino, por ponerle un nombre, como la acción incomprensible de un orden que rebasa mi entendimiento mortal.
Por ende esta chunga de rivalidades entre “las religiones y las iglesias VERDADERAS”, me dan una flojera intelectual espantosa, pues, el debate está mal etiquetado. Son fe y no estudios libres del entendimiento cabal. Variopintos los “modus operandi” son lo mismo: dinero a cambio de esperanza; obediencia a cambio de paz e irresponsabilidad a cambio de salvación. Masas oliendo a éter.
La Dirección General de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobernación tiene registrados, hasta febrero de 2011, 21 mil sacerdotes católicos, frente a los 40 mil pastores de las diferentes organizaciones de evangélicos cristianos.
El número de católicos que reciben sacramentos también ha disminuido en los últimos 30 años. El Anuario Estadístico de la Iglesia Católica, editado en el Vaticano, señala que en 1980 se realizaron 378 mil matrimonios en México. En 2008 sólo se casaron por esta religión 310 mil parejas. Además, en 1980 se bautizaron 2.2 millones de mexicanos; 26 mil lo hicieron luego de cumplir cinco años.
En 2008, sólo 1.8 millones de personas recibieron el primer sacramento; 107 mil lo hicieron después de los cinco años.
Los Censos de Población y Vivienda que elabora cada década el Instituto Nacional de Estadística y Geogragía (INEGI) también dan cuenta del declive: en 1990, 89.7% de los mexicanos se declaró católico, en 2000 ese porcentaje se redujo a 88% y en 2010 disminuyó a 83.9%.
En cambio, en 1990, 4.9% de la gente dijo ser protestante o evangélica. Para 2000, este porcentaje subió a 5.2% y en 2010, 7.6% de los mexicanos declaró profesar uno de estos cultos religiosos.
La estadística deprime. Los cultos son como refrescos de cola. Pepsi versus Coca. ¿Y el alma?. Esa se aligera con donativos, disfraces, “literatura” y redes sociales, que tornan el misterio de la creación en un club dominical, adornado con aleluyas.
De los datos referidos, ¿cuántos mortales verdaderamente comprenden el tinglado filosófico al que dicen pertenecer? ¿cuántos poseen una “entendedera básica” para apuntarse en el comando de la gloria?.
Naturalmente que detrás de cualquier invención humana dirigida a espantar a los simples, hay una explicación. La bronca es que los hipnotizados jamás reparan en eso. Las cifras multimillonarias que juegan los pelafustanes congregados son incompatibles con los principios que defienden.
Dios, admito, no requiere de fortunas para tocar a sus criaturas. Así que católicos, cristianos y cuantos términos existan, sólo honran lo inmediato, jamás la eternidad.
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