sábado, 3 de octubre de 2009

A TÍTULO PERSONAL: TOMÁS O LA EUTANASIA ANIMAL







Por.- Ana Laura Domínguez Espinosa


Hace un par de días tuve que tomar una difícil decisión, como otras tantas veces he tenido que hacerlo y hasta el día de hoy, mi estómago se siente lo suficientemente fuerte y calmado, para poder escribir la despedida de un amado amiguito peludo, que me acompañó durante hermosos 13 años. A pesar de todo el dolor, estoy completamente convencida de que hice lo correcto, en el momento preciso.

Tomás fue un precioso gato de pelaje largo, blanco con adornitos negros en la cabeza, parte del cuerpo y rabo. Recuerdo que el día que lo recogí de la calle, debajo de un vehículo estacionado, llovía a cántaros y el pequeño felino parecía una diminuta rata mojada. Cabía en la palma de mi mano y sus posibilidades de vida se veían muy escasas. El poco pelo que tenía estaba enlodado y solamente dejaba ver partes de su diminuto cuerpecito rosado.

Después de varios días de batallar con el gato y de brindarle cuidados intensivos, logró sobrevivir.

Fue el típico gato bonachón, holgazán y comelón. Además de las clásicas croquetas para gato, disfrutaba de sus antojitos. Con una tierna mirada podías saber sus pensamientos: ¡mataría por una suculenta rebanada de jamón! Y siempre la obtenía, sobre todo sus últimos años.

He tenido muchas mascotas a lo largo de mi vida, pero es la primera vez que veo esta enfermedad en un gato.

Tomás comenzó a perder elasticidad y movilidad de su tren motriz trasero (patas traseras). Ya no podía brincar ni escalar árboles, caminaba lento y poco, unos cuantos pasos y se tiraba al piso. Iniciamos un tratamiento que le ayudó bastante. Un año completo fue un gatito “casi” normal; por lo menos le permitía caminar un poco mejor y al parecer, no sufría dolor alguno.

Con el tiempo, el deterioro se fue incrementando. Las patas traseras ya no podían detenerlo del todo, parecían dos hilachas tratando de soportar su peso.

Después de algunos estudios y radiografías, se supo la verdad: un tumor estaba presionando las últimas vértebras.

Tomás seguía con buen apetito, ronroneando, tomando el sol en el jardín, pero cada día su movilidad era más reducida. Además, comenzaron los dolores y una especie de convulsiones que lo volteaban panza arriba. La presión que ejercía el tumor tocaba también los nervios y eso ocasionaba que el animal convulsionara. El deterioro se produjo en unas cuántas semanas, siendo casi imperceptible al principio.

Una mañana, al levantarme, miré cómo mi indefenso amigo se arrastraba por la sala hacia el plato de la comida. Haciendo un gran esfuerzo, caminaba con las patas delanteras, mientras la mitad de su cuerpo estaba en el suelo, con las patas traseras inertes. Parecía una pequeña foca blanca. Llegó hasta el plato y con su particular mirada de tristeza y su singular maullido, me pidió su respectiva rebanada de jamón. Después de comer y tratando de acicalarse como lo hace cualquier gato normal, se tiró al piso con la panza al aire soportando un ataque de convulsiones.

Lo cargué intentando aliviar su dolor. Con un nudo en la garganta y bañada en lágrimas, sabía que había llegado el momento de ayudarlo a partir.

Los amantes de los animales tenemos una gran responsabilidad para con nuestras mascotas. Ese compromiso no solamente se limita al buen cuidado del animal, a procurar su bienestar, su alimento y a darles la protección que ellos no pueden darse. También tenemos la responsabilidad de evitarles sufrimiento innecesario. No podemos y no debemos vernos egoístas, intentando mantener vivo al animal que está sufriendo, simplemente porque no queremos perderlo. La calidad de vida es de suma importancia. No es humano el permitir que el animal caiga hasta el fondo, denigrándose de tal forma que tenga que verse conectado a varios aparatos, recibiendo inyecciones y terminando sus días en un estado deplorable. En medicina veterinaria, se tiene la gran ventaja de la eutanasia; una forma humana e indolora de darle paz y tranquilidad al animal.

Es tanto el amor que sentimos por nuestras mascotas, que éstas llegan a formar parte de la familia. Mejor dicho, son un miembro más de la familia, como lo era Tomás para mí. Pero ese amor no nos da el derecho de mantenerlos vivos a costa de su dolor y sobre todo, cuando no hay nada más que hacer por ellos.

No podían operarlo por su edad. Un gato de 13 años ya se considera viejo y no iba a soportar la anestesia.

Tomé el teléfono y le llamé a su doctor. Era el momento.

Abracé a Tomás mientras estaba recostado sobre la mesa de exploración. El felino ronroneaba fuertemente y me hacía caricias en el brazo como sólo los gatos saben hacerlo, como si “amasaran” algo. Estaba contento… y así se fue, siendo un gato feliz, amado, cuidado y procurado por su dueña. Realmente, nunca tocó fondo.

La inyección que le pusieron fue deteniendo sus órganos uno a uno, sin dolor, sin sufrimiento, hasta que finalmente, tras quince minutos de una linda borrachera, se produjo el paro cardiaco. Simplemente mi querido Tomás se quedó dormido, mientras yo lo abrazaba tiernamente ayudándolo a partir.

No se trata de “jugar a ser Dios”. La eutanasia en los animales es la forma más humana de evitarles dolor y sufrimiento. Tomar la decisión es difícil, muy difícil, pero al día de hoy, sé que hice lo correcto… y Tomás, allá, en el cielo de los gatos, estará de acuerdo conmigo.

Si alguna vez tienes que tomar esta decisión, no te sientas culpable, al contrario, tu mascota te lo va a agradecer.

Seamos responsables con nuestros amigos de cuatro patas. Ellos nos dan compañía, amor incondicional, nos consuelan y nos acompañan cuando estamos tristes y nunca piden nada a cambio. No reclaman, ni se enojan, ni gritan ni nada por el estilo, simplemente nos aman. Lo menos que podemos hacer por ellos, que son seres indefensos que dependen de nosotros, es procurar su bienestar, hasta el último día de sus vidas.

Un buen amigo, siempre sabe hacer lo correcto para su compañero.



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