En política no existen los amigos, sólo los intereses. Por ende, los Estados Unidos no conocen amistades, talvez aliados, y no está obligado a ello, debido a su pragmatismo político y su noción de supervivencia.
Así que salir ahora con la tesis local de que los Estados Unidos son culpables del fracaso de la guerra de Felipe Calderón, que no de México, contra el narcotráfico, suena a una justificación mal hecha o una insensatez básica de un profesional en el arte del poder.
La frontera de México y los Estados Unidos es un mundo aparte y muy difícil de comprender y menos controlar desde Los Pinos y la Casa Blanca, por ende, suponer una rigurosa aplicación de los planes nacionales en esa zona es un buen deseo y no la obediencia a la legalidad en turno.
El narcotráfico binacional sentó sus fueros en la división territorial precisamente por lo gelatinoso de su consistencia. The Border es un espacio de permisividad absoluta, si se puede pagar, literalmente, hasta un país completo cabe en los pasos fronterizos de saber a quién untarle las manos.
Tráfico de drogas, armas, gente, mercancías diversas, sicarios y lo susceptible a comercializarse por ilegal, halla en la frontera, el escaparate indispensable en la realización comercial.
Cuando Calderón tuvo la revelación de su cruzada contra el crimen organizado, se tragó el anzuelo del respaldo norteamericano y cacareo una victoria sin precedente. Por desgracia, los Estados Unidos asumieron parcialmente el compromiso gubernamental, se convencieron de la imposibilidad de llevar el conflicto al otro lado del Bravo, montaron la escenografía y bendijeron al panista.
La cuenta, después de tres años en la violencia total, es altísima y los resultados pocos. Ni los carteles dan el brazo a torcer ni los niveles de consumo han disminuido. Por la línea fronteriza cruzan las sustancias, el personal y el armamento para mantener al país en la zozobra, facilitando la grilla norteamericana adversa y elevando los moños para soltar la improbable ayuda financiera del Tío Sam.
El único problema que atormenta a los Estados Unidos en cuanto a la droga, es que no esté en manos de los buenos muchachos de las organizaciones delictivas aceptadas por el establishment wasp, y que sean bandas exóticas de las mayorías minorías las que controlen la operación.
Eso explica que los ciudadanos norteamericanos de cierto nivel y alcurnia, detrás del abasto de insumos para el narcotráfico, no sean molestados e, incluso, dicten medidas en pro del negocio.
Como una tradición de siglos, la frontera México-Norteamericana es refugio y punto de partida de los fugitivos fuera de la ley en zigzag hacen lo necesario para cumplir el círculo del delito.
Por esto, el trabajo periodístico de reporteros de El Universal, detallando el lado salvaje de la frontera norte, no sorprende, simplemente, corrobora la poca inteligencia de un gobierno soberbio maniatado por sus propias locuras, enfrentando a gigantes que siempre han tenido una salida de emergencia y conductos impresionantes para no carecer de nada.
Por cada acción del Gobierno, la frontera replica con una vía de escape, y así es el cuento de nunca acabar.
La reciprocidad de los Estados Unidos en la materia es simbólica, a menos que se comprometa la seguridad del país, pero la maquinaria capitalista por excelencia lo tiene todo calculado y ha sabido intervenir quirúrgicamente para que el narcotráfico afecte a sus adversarios y no a sus centros de poder.
Se escribe mucho en torno al consumidor de drogas estadounidense, sin embargo, habría que colocarlo de acuerdo al estrato social y a su fuente de abasto, para reconocer que aun en los drogadictos prevalecen las clases sociales.
No es lo mismo el dealer de los barrios pobres de Los Ángeles, al de Hollywood o al de Wall Street.
Desde el anuncio de las intenciones guerreras de Felipe Calderón, los Estados Unidos se desligaron de mover el avispero en su territorio y sellaron la frontera para evitar que la sangre salpique sus suburbios, curándose en salud de las gallardías cobardonas del burócrata desvalorado.
La credulidad es un defecto en política y Calderón cayó en ella por su propia soberbia al no entender que el salvador de la patria, primero tiene que dejar que otros corran con los gastos de su unción y no soltar guamazos con los guantes remendados.
Los gringos no tienen la culpa de la idiotez suprema de un ejecutivo creyente.
Y eso, tampoco, es su problema.
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