martes, 6 de octubre de 2009

APUNTES: BRASIL ENTRE LAS OLIMPIADAS Y LULA

Por.- EL DODO DE HUMOR NEGRO

Ni cómo ayudar a los medios de desinformación cuando se lanzan al centro del foro sin el mínimo decoro a proclamar a Brasil como el faro de la humanidad al ganarle a los Estados Unidos la celebración de los Juegos Olímpicos de 2016.

De golpe y porrazo, los “analistas” confunden la magnesia con la amnesia y se van de la lengua como narradores de partidos de fútbol nacional: Brasil es la neta, la economía líder de Sudamérica, el ejemplo democrático, la opción contra el subdesarrollo y una larga cadena de flores, imitando la bienvenida hawaiana al turista minúsculo de miras.

Ganar la sede de las olimpiadas no significa otra cosa que hacer negocio; se invierte duro, se trabaja peor y las ganancias, si hay inteligencia, palean, después de mocharse con el Comité Olímpico Internacional, unos milloncejos de dólares por diversos conceptos y si no a pedir prestado para librarla.

El COI tampoco come pepitas y se asegura que el país esté respaldado para el evento y no salga con limitaciones de a tostón. El billullo es el billullo. Hay cabildeo y movidas entre telones para dar con un ¿ganador?.

Curiosamente, el deporte es el factor menos relevante en la emisión de la sede ganadora, pues, si fuera así, los Estados Unidos serían el monopolio de la fiesta desde hace varias décadas atrás. En una forma descarnada: es el préstamo de una franquicia y la firma de adeudos para quitarle el sueño a cualquiera.

La victoria de Brasil, al llevarse los Juegos Olímpicos a Río de Janeiro, le viene al mundo civilizado, se entiende, guango. Considerando los miles de acontecimientos por venir en los próximos años en todos los niveles de las actividades humanas. Copacabana puede estar de manteles largos y las playas escurriendo de bailarines y borrachos, sin mayor atracción que la postal curiosa.

Sin embargo, por una relevancia deportiva calificar a un político bastante peculiar de ser la verdad a seguir, es una idiotez.

Luiz Inácio “Lula” da Silva es un político de contrastes, especialmente, en los últimos meses cuando su simpatía por Hugo Chávez, dictador de Venezuela, lo llevó a facilitarle a Manuel Zelaya, la embajada brasileña de Tegucigalpa, para fomentar la convocatoria del expresidente hondureño depuesto por un golpe de estado a la resistencia violenta, dando un lindo ejemplo de intervensionismo político ajeno al Derecho Internacional; o bien, el respaldo a Irán para continuar un programa nuclear con fines pacíficos, según la mentalidad fundamentalista gobernante de dicha nación.

Si bien las fórmulas gubernamentales brasileñas para mejorar las condiciones de vida del ciudadano caminan, las estadísticas reales y la realidad diaria de los cinturones de miseria en las urbes como en el campo aun no alcanzan las cifras milagrosas. En general la administración funciona, disminuye la pobreza (que no la miseria) y en comparación a otras naciones del mismo perfil, incluyendo México, el gobierno de Lula puede jactarse de tener rumbo y una estrategia clara.

Desgraciadamente, la celebración de unos Juegos Olímpicos no valen tanto como para desmayarse en alabanzas a Brasil y destacar que Barak Obama, presidente de los Estados Unidos, quien apoyaba personalmente la candidatura de Chicago para el certamen, sea el gran perdedor del numerito.

Las reacciones adversas internas a Obama están situadas muy por arriba de las Olimpiadas y responden a una estrategia perfectamente orquestada por el Partido Republicano y las alas de extrema derecha que cobija, dirigida a minar la presencia demócrata en el Congreso y evitar la reelección del primer mandatario de color, cuya aprobación de una ley sanitaria, opuesta a los intereses de las corporaciones estadounidenses, está facilitando el agrupamiento de fuerzas siniestras alrededor de la Casa Blanca.

Bien por Brasil, Río, Lula, los Olímpicos y cuanto se desprenda de estos factores, pero de la algarabía a trastornar la Historia hay una enorme diferencia y desconocimiento.

Otra vez los medios caen en la soberbia de la ignorancia y lesionan gravemente la credibilidad del público, del cual un porcentaje no es tarado, por ende, los responsables de dispersar sandeces deberían de ser llamados a cuentas por sus jefes de información, mínimo, antes de alelarse con Brasil y el carisma de Lula.

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