jueves, 6 de agosto de 2009

A TÍTULO PERSONAL: MI PADRE

Por. RAÚL GÓMEZ MIGUEL

Otro aniversario de tu muerte y no sé dónde está tu tumba. Así es mejor, ni yo sé de ti, ni tú perseguirás mi sombra. Somos opuestos aun en el recuerdo. No te extraño. No te echo de menos. Sólo me gustaría decirte algunas cosas para quedar a mano. Mi madre murió y pudimos hacer las paces, a pesar de tu presencia inconcebible.

Eras una obra maestra de salirte con la tuya sin remordimientos o permisos. Fuiste un torbellino atropellando vidas de algunos de mis medios hermanos y de las mujeres atraídas por la fanfarronería del hijo predilecto de nuestra tierra.

Fui el único de tus vástagos en saber y comprobar el estiércol donde descansaba tu monumento y por tus ensoñaciones febriles manchaste, a través de una de tus hijas, la memoria de mi abuela quien siempre vio por los tuyos, incluyendo, al más rechazado por ser tu vivo retrato; algo doloroso, no creas. Pero la soberbia y tu insaciable percepción de elegido, hicieron trizas la confianza y la objetividad de quienes heredamos tu sangre. No la culpo, se necesitaba hundirse en el fango para descubrirte.

Yo me decepcioné de tu paternidad muy pronto y en cuanto pudo me refugié en los apellidos de mi mamá, tratando hasta hoy de no enlodarlo como tu sobado “Domínguez”. En eso, hiciste lo mismo. Roberto Miguel Domínguez pasó a ser Roberto Domínguez Hernández. Una personalidad nueva para el hombre de múltiples rostros y escasas lealtades. Me ensañaste a trabajar obligado y nada hice bien. Servía para actividades ignoradas por tu concepto de macho.

No te niego temo, en especial por edad, terminar siendo tu copia imperfecta. No vivo para ello. He cometido errores y los he pagado. He amado y me han amado. He perdonado y no sé si me perdonen. Sin embargo, tengo un par de amigos valiosos como el oro. Una mujer vela por mí y cree en mi redención. Amo a los perros y trato de no meterme en problemas. el cuerpo me pasa las facturas de mis excesos y me mantengo en la brega. Escribo y me leen. A veces me pagan por ese placer.

Como ves, tus maldiciones poco se cumplieron. Te he soñado y me repito “está muerto”, y desapareces. Las últimas veces de coincidencia estabas en tu mundo, espero poniendo tu espíritu en paz y no ideando la manera de escapar de la Parca. La vejez te sentó pésimo y lejos de aquietarte, en agonía metiste cizaña en tus familias y le quitaron a tu auténtica compañera la oportunidad de tenerte en un funeral, y yo me puse de su lado por solidaridad fincada en nunca haber recibido un mal trato de ella.

Por desgracia, expiraste la víspera de mi cumpleaños. Hasta mi fin tendré, por asociación, la fecha de tu fallecimiento y la resta de mis días. Y lucharé para no ser una prolongación de tu existencia. Sólo te informo: ya no tengo dudas, la cuenta está saldada.

Una vez coincidimos en un pesero, ambos nos vimos y nos hicimos extraños. Yo me bajé en la siguiente parada. Tú continuaste. ¿Una metáfora de nuestros lazos? Lo ignoro. Ese fue nuestro adiós en silencio y a prudente distancia.

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