POR: RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Reconocemos la ineptitud de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México para comprender la esencia de nuestra política internacional como Estado libre, soberano y distinguido por una tradición diplomática fundamentada en los principios de la no intervención, la solución pacífica de los conflictos y el respeto absoluto al Derecho Internacional.
De esta forma, no es sorprendente la decisión del presidente Felipe Calderón de recibir cual héroe al depuesto titular del Poder Ejecutivo en Honduras, Manuel Zelaya, cuyos antecedentes políticos lo relacionan directamente con el siniestro dictador de Venezuela, Hugo Chávez, promotor de esa aberración ahistórica llamada Revolución Bolivariana.
Es una pena contemplar a nuestra dizque clase política omitir un acto de esta naturaleza donde se pone en entredicho la imparcialidad del país y la poca visión de las formas y contenidos de nuestro Primer Mandatario, quien rompe una herencia de dignidad mundial al darle a un político seudodemocrático la oportunidad de atraerse reflectores y seguir provocando en lo interno la persecución de su pueblo.
Somos una nación caracterizada por la aplicación del asilo político en tiempo y forma considerando cada uno de los casos de los peticionarios. Nunca hemos dejado a la deriva a hombres y mujeres perseguidos por ideales políticos contrarios a los de sus enemigos. Hemos servido de destino a ciudadanos sin esperanza y los hemos cobijado con la ley mexicana. No obstante, el caso de Manuel Zelaya es diferente por darse en un contexto turbio y, en especial, por simbolizar la antítesis de las metas democráticas vigentes.
Con este paso México se compromete mal y tendrá una serie de reacciones adversas, donde sus iguales podrán señalarle sus vicios y sus carencias. Se ha entrometido en una crisis externa por el puro placer de un hombre obnubilado por el canto de las sirenas de actuar como un estadista cuando simplemente es un burócrata con aspiraciones.
No hay un argumento diplomático sólido suficiente para justificar los honores a Zelaya y de verdad es condenable esa farsa entre un provocador y una administración tembeleque y nada conocedora de la realidad existente.
Dejemos que Honduras resuelva sus problemas como mejor le parezca y basta de desfiguros locales cuando México no canta tan mal las rancheras.
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