Por: LA REDACCIÓN con información de THE NEW YORK TIMES y THE WASHINGTON POST
Con la muerte de Edward M. Kennedy, la política de los Estados Unidos pierde a un símbolo de las causas justas y humanitarias esenciales en la construcción y el fortalecimiento de toda sociedad democrática respetable.
Su deceso priva al Senado de uno de los mejores legisladores del siglo XX y de uno de los bastiones creíbles del poder de y para el pueblo.
Hijo menor de una de las familias más influyentes en el ámbito de las decisiones mundiales, Edward Kennedy fue el más longevo de los hombres Joseph, John y Robert, héroe de guerra muerto en combate, Presidente asesinado, Candidato Presidencial asesinado, respectivamente.
Forjado en el ideario político de un clan, Edward Kennedy, tras las desapariciones de sus hermanos, se convirtió en el líder de la familia y en el representante de una concepción política distintiva de la década de los sesenta, plena de idealismo y reivindicación de los humillados.
Ganador de cada elección para el Senado y perdedor de una para la Presidencia, desde su lugar legislativo peleó espacios decisivos para el advenimiento de un presidente de color y reformas temerarias a los intereses de conservadores y de la ultraderecha clásica.
En 1969, por un accidente automovilístico ocurrido en extrañas circunstancias, en la isla de Chappaquiddick, se le responsabilizó de la muerte de Mary Jo Kopechne, por haber salvado la vida y no haber logrado rescatar a la mujer. Las teorías de las razones por su reacción aun hoy son meras especulaciones; el agua se llevó la evidencia definitiva.
Cuarenta y seis años de su vida transcurrieron en el Senado y en condiciones políticas de diferente tinte o interés presidencial.
La presencia legislativa de Kennedy queda en logros trascendentes en leyes relacionadas a los Derechos Civiles, la atención Médica, Educación, Derecho al Voto y al Trabajo. Fue presidente del Comité sobre Salud, Educación, Trabajo y Pensiones del Senado hasta su fallecimiento.
En la dramática asistencia a votar en la última elección de Presidente expresó “He venido aquí a unirme a ustedes para cambiar Estados Unidos, para devolverle su futuro, para hacer valer nuestros mejores ideales y para elegir a Barack Obama presidente”.
Con el transcurso de los periodos senatoriales y los resultados conseguidos, Edward Kennedy se hizo de una celebridad propia y se ganó a la gente por su carisma y por la singularidad de su biografía.
Lejos de ser un ejemplo de estampita: Kennedy fue un hombre de contrastes. Obesidad, alcoholismo y vicio por las mujeres fueron constantes en su existencia atormentada y comparada, invariablemente, con la majestad de John y el martirio de Robert.
No obstante, en materia de política exterior encabezó los esfuerzos del Congreso para imponer sanciones a Sudáfrica durante el Apartheid, presionó por la paz en Irlanda del Norte, consiguió la prohibición de vender armas a la dictadura en Chile y fustigó la guerra de Vietnam. En 2002 votó en contra de la guerra en Irak, en lo que llamó “el mejor voto que he dado en mis 44 años en el Senado estadounidense”.
Casado dos veces: una con Joan Bennet Kennedy por veinticuatro años, y otra con Victoria Anne Reggie hasta su muerte, Edward Kennedy procreó dos hijos Edward y Patrick, y una hija, Kara.
El legado político del menor del clan Kennedy se irá agigantando en los gobiernos por venir y en las conquistas institucionales de las causas y los grupos a quienes apoyó.
Una cosa es segura Estados Unidos no sería cuanto es sin la participación trágica de los hermanos Kennedy y las esperanzas depositadas en ellos por la gente sencilla, por el estadounidense promedio conciente del infierno escondido en la blancura del Capitolio.
Descanse en paz, Edward Kennedy; el fin de una era.
No hay comentarios:
Publicar un comentario