Por: Raúl Gómez Miguel
En los viejos tiempos, cuando los niños no deseaban ser millonarios o narcos, los sueños infantiles se definían por convertirse en doctores, policías y bomberos.
Como a mí no me cuadraba esa elección, me fui por soñarme historiador o arqueólogo, sin tener muy claro la diferencia entre uno y otro.
Con la edad y las experiencias buenas y malas de la existencia, los sueños o se destruyeron o se convirtieron en ese amplio catálogo de ocupaciones para ganarse el sustento.
Sin embargo, en tanta diferencia existe una percepción positiva y heroica en el trabajo y el riesgo de los bomberos de carne y hueso.
Quizás sean los únicos uniformados en levantar aplausos y gritos de admiración en la gente durante desfiles y siempre flota en el ambiente una atmósfera de agradecimiento por ser ejemplo de sacrificio para garantizar la vida de los demás.
En México, estos hombres y estas mujeres, se entregan a una tarea en el límite de la muerte con el mínimo de equipo, paga o respaldo institucional. Casi a chorritos de agua apagan el fuego; mediante palitos sostienen una estructura a punto de derrumbarse; a cubierto en protecciones ridículas se avientan a los siniestros en pos de supervivientes; en escaleras tambaleantes buscan la manera de sortear los obstáculos y hacer su responsabilidad.
A veces las tragedias son mayores y pierden a sus compañeros, pero el dolor es momentáneo por el repiqueteo de la alarma y el inicio de otro servicio en sabrá dónde y sabrá cuántos regresen.
Mientras el gobierno es espléndido con sus leales, los bomberos reciben un presupuesto contado y una cierta distancia, tal vez por el significado social de su temeridad. Los bomberos son un grupo respetable de servidores públicos y, a pesar de las trampas y los boicots de los grillos envidiosos, van por el país portando una dignidad legítima y legal. Son mortales metidos a héroes y sin pasar la charola o el clásico corte de mangas, de vez en vez, marchan por las calles para pedir mejoras laborales y salariales, no por ambición; nadie se vuelve rico controlando flamas, sino por un principio de elemental justicia y consideración a su rango social y los resultados favorables de un llamado.
En el más peligroso de los escenarios, los bomberos estarán presentes sin límite de tiempo o ansiedad de popularidad para salir en las fotos o en la televisión.
Los mexicanos tenemos excelentes recuerdos de los bomberos en los difíciles trances de nuestra sociedad e insisto, como ciudadano, atesoramos sus lecciones de entrega y honradez.
Por ello, Los DODOS celebramos el Día del bombero y hacemos votos para despertarnos un día con la noticia de una genuina recompensa material a estos seres humanos únicos, y ojalá en las generaciones futuras prenda ese espíritu de sacrificio y ser bombero vuelva a ser una opción de la inocencia, del amor a los semejantes, del cumplimiento de un deber, podría decirse sagrado.
A los bomberos caídos en funciones, un minuto de silencio y una eterna gratitud por estar ahí cuando nadie es capaz de hacerlo.
Y sí, sí nos hubiera gustado de adultos, ser bomberos.
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