POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Una consecuencia lógica de la moda siniestra impuesta por Felipe Calderón, al volver prioridad gubernamental el acomodo del crimen organizado a su beneficio, es la aparición en el mercado editorial una gigantesca lista de títulos versados en el narcotráfico y las mil y una variantes implicadas en él. Desde las respuestas intelectuales acomodaticias hasta el radicalismo extremo, los autores de este “subgénero” literario-informativo avientan al ruedo las tesis menos sospechadas y muy poca originalidad.
Otra vez, el fenómeno cíclico de las editoriales de saturar un nicho de mercado con textos escritos al vapor o al maquinazo vil, terminará alimentando el desperdicio y los saldos de rigor. No puede ser de otra manera. Sencillamente, las plumas a la venta de “popularidad” son poco eficaces y de este “mainstream” a poco sobrevivirá un parcito de volúmenes que, curiosamente, serán los menos publicitados.
En una revisión rápida de lo puesto en los anaqueles, el grueso de los títulos cae en la obviedad y en reciclar información vertida en diferentes medios, acompañada de unos cuantos comentarios inteligentes y una magra dosis de responsabilidad creativa. El quid es treparse en la ola antes que disminuya el interés.
Para estos hombres y estas mujeres, TODO ES NARCO y, por ende, las combinaciones posibles del tema a cualquier aspecto de la existencia son infinitas. De un fregadazo, TODOS son expertos en el área y presumen credenciales bastante ridículas en los forros de los tomos. En el declive de los vampiros, conspiraciones y los arrebatos sentimentales, el narcotráfico es el nuevo rey de las letras a destajo.
Andando la misma senda sexenal, los editores avientan la carne al asador y suponen obtener ganancias importantes, incluso, se aventuran a inaugurar una línea de varios trabajos centrados en el narco, en teoría, resaltando aspectos distintivos a fin de no “canibalizar” la compra.
Las mesas de las tiendas departamentales y las librerías, metidas a supermercados, apilan volúmenes que se renuevan constantemente, de tal forma que los neófitos en la problemática no saben qué llevarse y acaban mareados de tantas lecturas.
En plan cínico podemos argumentar que el narcotráfico está fomentando la lectura y abriendo plazas de comercialización en las que los mercenarios del oportunismo, lo mismo redactan un manifiesto a favor de la reelección o una arriesgada conexión de los extraterrestres y las mulas de Michoacán.
Por supuesto que son mercenarios y no idiotas, en suma, sólo exponen los puntos comunes y no desentrañan la verdadera madeja del asunto. Pocos se meten en camisa de once varas y señalan los verdaderos orígenes de la ruptura entre los diferentes grupos delictivos dentro y fuera de la ley, nadie ve hacia arriba; el chiste es hacer barullo, no servir de carne de cañón.
Por el lado de la palabra “documentada”, la seguridad nacional está confiada. La prosa no es un arma revolucionaria. Sometida a miedos propios, tímidamente subraya unos “pecadillos” inofensivos a gusto de un público ignorante, opacado por la luminosidad de haber comprado un libro.
Hágase un favor y no caiga en el promedio. Aguarde, dentro de unos años, la aparición de documentos comprometedores (como siempre en la historia del país) que enjuicien la “cruzada” artera del poder en perjuicio de sí mismo.
Y para leer mentiras, quédese con los no-muertos y los “booms” agonizantes.
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