POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
A causa de una ensoñación mediática y grilla, a los habitantes de la Ciudad de México se nos ha hecho creer que acá existe una especie de blindaje protector a la violencia, muertes y destrucción del resto de la República.
En esa visión alucinada, el Distritito Federal es perfectamente seguro, que hasta el hombre más rico del mundo puede caminar sin que nadie lo moleste.
La convivencia ciudadana es pacífica y duradera, como puede ser las de las zonas exclusivas de Los Ángeles, Nueva York o Washington DC, de donde salen las postales cinematográficas y televisivas de una clase media ideal.
Nos cuentan que con todo y los problemas de una megalópolis, el De eFe es un espacio de tranquilidad chicha.
Entonces por qué los reportes de balaceras, asesinatos y detenciones, en los que son acabados magníficos exponentes del crimen organizado, empiezan a ser frecuentes y, poco a poco, las autoridades comienzan aceptar que los maleantes están aquí desde hace un rato.
La interrogante posee un encanto precisamente por desnudar la injerencia de la guerra contra el narcotráfico en el área sagrada del centro “político” del país. Volteando a otro lado, los chilangos no han reparado que el despliegue de la ilegalidad no respeta decretos o dedos tapando el sol con declaraciones.
Los criminales sientan sus reales donde tienen y no donde deben. Del mismo modo, han resultado más cabrestos que bonitos y no dudan en atacar objetivos medulares de la estabilidad nacional.
Esto podría explicar el repentino interés del Instituto Federal de Acceso a la Información para demandarle a la Secretaría de Gobernación los expedientes sobre la póliza de seguro y el contrato de mantenimiento de la aeronave en que murió Juan Camilo Mouriño, verdadero artífice del empoderamiento de Felipe Calderón.
¿Pensarán los interesados que hubo mayores desgracias involucradas en el accidente aéreo? ¿Nos despertaremos con la nueva de un magnicidio?
La simple petición dice mucho que miles de palabras. ¿Hasta dónde la criminalidad está abatida como aseguran los señores del poder institucional?
Otra curiosidad siniestra es el distanciamiento moral del Presidente de la República al saldo ascendente de muertes en la cruzada por el control del mercado de las drogas.
En un discurso reciente, Calderón aseguró que Francisco Serrano Aramoni, funcionario de Aduanas en Veracruz, estaba muerto. Aunque sea factible que haya sido asesinado, la condición legal de desaparecido no alcanza para borrarlo del mapa o acabar con las esperanzas de la familia. No obstante, el Primer Mandatario continúa cometiendo imprudencias al improvisar en temas que, desde luego, desconoce.
En otro momento acusó que el noventa por ciento de los 22,700 muertos, caídos en tres años de enfrentamiento encarnizado con los carteles de la droga, eran “narcos”. Sin investigación alguna, el funcionario tachó la memoria de cientos de víctimas inocentes, obedeciendo palabras escritas por otro y modificadas a gusto del mandamás.
Desde el mismo limbo del gobierno federal, el de la Capital minimiza el incremento de choques armados entre ejércitos y sicarios. Son incidentes aislados, no la advertencia que los bárbaros están a las puertas de Roma.
La simulación se ha convertido en una cualidad indispensable si deseamos percibir a nuestra ciudad, como la vieron nuestros mayores. Ignoremos los cadáveres y vivamos aguardando el alumbramiento del Iztaccihuatl.
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