POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
El Vaticano no cedió, fue la ciudadanía quien le impuso, en la promesa mundial, un protocolo para las iglesias locales sobre cómo responder a las acusaciones de abusos sexuales de parte de sacerdotes y la obligación de los obispos de denunciar los delitos, dejando que sea la normatividad civil la que dé seguimiento a los procesos.
En abstracto, quedaron enterrados los días de la impunidad con sotanas, las casas de retiro y los castigos de meditación y espera del perdón de Dios. En síntesis, el fuero de facto que gozaban los curas se ha desvanecido.
Sin embargo, no hay que echar al vuelo las campanas porque una cosa es la intención y otra la acción. La Iglesia no está apostando a la nada y sabe que en ciertos países, como el nuestro, es posible llegar a arreglos fuera de la ley y benéficos tanto para el César como para los representantes católicos.
Aunque existe una vasta documentación en casos de pederastia, aun la Iglesia Católica argumenta excepciones que no rompen la regla de rectitud moral que defiende. No basta con el perdón de dientes para fuera a las víctimas ni posar en cara de zozobra para omitir la terrible ofensa que sus ministros han hecho a la humanidad.
Pero no es la primera vez. Basta con recordar la postura de El Vaticano hacia el nazismo alemán del siglo pasado y cómo ayudó a criminales de guerra, mediante fuertes sumas de dinero, a escaparse hacia Iberoamérica.
Tampoco es sujeto de ignorancia, el uso y el abuso de los recursos financieros de la Iglesia en diferentes mercados bursátiles y en dudosas operaciones financieras que han precipitado la muerte de los implicados.
Subsisten por supuesto los fantasmas de los asesinatos por la fe que rozaron la misma figura del papado.
El pragmatismo eclesiástico está sacando las uñas y, de momento, actúa como el mundo desea que lo haga, esperando resolver las revueltas internas y hacer un frente común para reingresar a los espacios de poder que está acostumbrado.
Todavía, aquí, tenemos abierto el expediente del padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que durante décadas formó a las elites políticas y empresariales de la Nación y cuya cola se ha enredado con las patas de la silla de San Pedro, atrayendo la atención al pasado poco edificante del Papa Benedicto XVI como encubridor de delitos, siguiendo la mecánica del reino de los elegidos.
Sin bajar el dedo del renglón, ciertos jerarcas eclesiásticos repiten la tesis de un complot mundial para desprestigiar al catolicismo o enfocan la pederastia como una expresión de homosexualidad y no del celibato obligatorio instrumentado.
La declaración de El Vaticano contra la excepcionalidad legal de sus ministros son palabras dichas en medio de una crisis y tiene que tomarse en cuenta ese detalle para no construir catedrales donde no las haya.
Le costará mucho tiempo a la Iglesia Católica admitir que los tiempos han cambiado y urge de un verdadero líder transformador del anquilosamiento en el que se ahoga una opción espiritual para millones de creyentes.
Quizás sea la era de meter gran parte de las tergiversaciones ideológicas de San Pablo en el sótano y recuperar el verdadero testamento de Jesús que en muy pocas estructuras sacerdotales está presente.
El futuro de la Iglesia Católica no está en manos de este papado, sino en la de cientos de hombres y mujeres de fe que determinarán a dónde dirigir la búsqueda de la resurrección de su alma. Es el rebaño quien sabrá encontrar a su verdadero pastor.
Y nos despedimos con una “anécdota” mexicana de los vicios sacerdotales. El arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, exhortó a su presbiterio “A nuestros hermanos sacerdotes les recordamos que la Iglesia no está a favor de ningún candidato o partido político. Nuestra mejor aportación a la democracia es generar conciencia entre nuestros fieles, de sus derechos y deberes ciudadanos”. Eso no impidió que inaugurará la casa de campaña del Senador panista con licencia Rodolfo Dorador, candidato a la Alcaldía de Durango por la Coalición Durango Nos Une que conforman PAN-PRD-Convergencia.
De esa seriedad son los verbos de los curas.
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