POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
La confianza es un cristal carísimo y extremadamente delicado. Tarda siglos en forjarse y un segundo en quebrarse.
Durante las elecciones presidenciales, la mayoría de los electores mexicanos ofrecieron una confianza absoluta al Partido Acción Nacional, después de décadas dominadas absolutamente por el Partido Revolucionario Institucional, ejemplo vivo, entonces, de lo que no deseaba el pueblo en adelante.
Seis años bastaron para que la confianza se rompiera y a pesar de los pegotes, las fisuras resistieron.
En lo que lleva la administración, que no gobierno, de Felipe Calderón, panista y presidente de la República por diferencia mínima de votos, la confianza se ha roto definitivamente y los ciudadanos no creen en el arrepentimiento ni en los milagros instantáneos.
Sumido en un paraíso artificial, Calderón vive en un país mental distante años luz de la realidad que viven millones de compatriotas, expuestos a pagar los errores del enloquecimiento de la máxima figura institucional.
El Registro Nacional de Usuarios de Telefonía Celular (RENAUT), que se ha venido en la propaganda política como una medida prioritaria para la seguridad de los habitantes de este país, se convirtió en un dolor de cabeza para las empresas, los usuarios y las autoridades porque simplemente no existe una planeación correcta para compaginar los intereses de las partes.
Detalles técnicos aparte, es IMPOSIBLE controlar a gente que por supervivencia y dejadez oficial está acostumbrada a eludir la imposición y encontrar formas de cubrirse de ellas. Pocos, para no decir nadie, saben exactamente cuántas líneas telefónicas móviles cubrieron el requisito y cuántas no.
En esta semana que termina, la pugna entre los ciudadanos y el gobierno es franca. Con justa razón, cualquiera se pregunta cuál fue el costo político, económico y social de un padrón a todas luces deficiente, inseguro y nacido por el capricho de los talentos grises de la burocracia dirigente.
Existen cientos de problemas medulares que realmente urgen, incluyendo la seguridad, pero que en la agenda de los gobernantes no figuran ni atraen tanto rencor.
El punto no es reducir el registro de celulares a la elección típica de bandos: los cumplidos y los que tienen algo que esconder. Va más allá.
Se trata que los votantes de esta Nación somos MAYORES DE EDAD y que demandamos EXPLICACIONES CONCRETAS, no la demagogia trinquetera del momento.
Estamos hartos que el poder institucional insiste en pretender ser nuestro padre y protegernos del mal que, en un altísimo consenso, emana precisamente de los nauseabundos ejemplares que lo ostentan.
Comunicados o incomunicados, a mitad de este periodo presidencial, cada vez más la voluntad ciudadana se opone firmemente a las decisiones de alto nivel, subrayando el hecho incuestionable que la mentada esperanza del cambio, la transición democrática y los discursos cínicos del empleo y la protección de los que menos tienen estallaron la exigua confianza dada a los partidos.
Si la desconfianza se organizara sería mayoría. El ciudadano de a pie, promedio, común o como se les dé la gana etiquetarlo comienza a resistirse y a mandar mensajes (gracias a la noble tecnología) a sus semejantes para encauzar el enojo a causas positivas y a oponerse en legítimo derecho a lo que no le convence.
Efectivamente falta una labor titánica por hacer a modo de propiciar un cambio, sin embargo, desde diversos frentes, las mujeres y los hombres de México están encontrando respuesta de otros para seguir en la ruta de un porvenir propio.
El control no será con el rastreo de medios de comunicación, sino que a la larga deberá de atender que la revolución de alto riesgo es la mental y esta es indetectable hasta que se presenta en todo su esplendor.
La desconfianza es quien guía al país.
Por ella, LOS DODOS Y MILES DE CONNACIONALES no registraron sus líneas.
Simplemente, NO CREEMOS EN LOS DELINCUENTES DE CUELLO BLANCO.
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