sábado, 21 de mayo de 2011

REFLEXIONES PERIODÍSTICAS: EL HORROR ES NUESTRO

El reportaje de Linaloe R. Flores, aparecido el 16 de mayo de 2011 en El Universal, muestra con precisión y desaliento las consecuencias no cacareadas de la guerra gubernamental contra el crimen organizado.

Igual que cualquier conflicto bélico, el choque del calderonismo y los carteles de la droga seleccionados precipitaron fenómenos, sólo conocidos en las referencias internacionales.

Ahora el horror es nuestro.


“Los 176 desean guardar silencio. A través de correos electrónicos, algunos de ellos respondieron que no hablarán de la experiencia en común que marcó sus vidas. Algo coincide en sus palabras: la intención de dejar atrás, de una buena vez, aquel trago amargo para poder continuar su carrera universitaria.

El semestre pasado, 176 alumnos del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) abandonaron el campus regio de la universidad donde algún día pensaron titularse, lo que constituyó el desplazamiento estudiantil más grande que hasta ahora hayan admitido las universidades privadas del país. Es difícil conocer con precisión los motivos porque estos alumnos acordaron guardar silencio en torno a su salida.

¿Qué les ocurrió? Con palabras de unos y de otros se logra recrear un historial de razones sobre el hecho.

En el Tec de Monterrey, el ambiente se transformó después de que las balas atravesaron los cuerpos de los estudiantes de maestría Jorge Antonio Mercado y Javier Francisco Arredondo, la madrugada del 19 de marzo de 2010. Cayeron abatidos durante un enfrentamiento entre militares y presuntos delincuentes organizados.

Un rumor empezó a recorrer las aulas, los pasillos, los campos de futbol. “El grupo enfrentado al Ejército era de sinaloenses o sonorenses”, se decía. Otra sombra también rondaba: la amenaza del secuestro. El relato de esa amenaza también contenía una frase: “los que secuestran tienen voces de sinaloenses o sonorenses”.

Tras ese río de hechos y rumores, en 2010, ser de Sonora o Sinaloa se convirtió en un asunto difícil en Monterrey. Perseguía el fantasma del estereotipo. Fue entonces que los 176 estudiantes decidieron cambiar de ciudad.

Se repartieron en los campus de Sinaloa, Guadalajara y Sonora del mismo Tecnológico. Sobre ellos, la institución informó: “De los 17 mil alumnos con que cuenta el Campus Monterrey, el número de 176 es sensible aunque no impacta a las tareas y vida cotidiana de la institución”.

Indicadores en rojo

Aún sin registro y sin motivos expresos, la movilidad estudiantil es uno de los indicadores que mantiene en alerta a las universidades privadas de México. El otro foco rojo es la cantidad de estudiantes que han muerto a consecuencia de la violencia desatada desde el inicio de la guerra contra el crimen organizado, iniciada a finales de 2006. Ellos no integran un registro puntual. Nadie los ha contado. Pero una revision hemerográfica arroja que decenas de alumnos, tanto de instituciones públicas como privadas, han sido víctimas mortales.

Los ejemplos se desgranan. Sólo en Ciudad Juárez, Chihuahua, la policía ministerial admite más de 60 estudiantes abatidos por balas perdidas en enfrentamientos entre sicarios y miembros del Ejército. En Sinaloa, la rectoría de la Universidad Autónoma de Sinaloa reconoce que 40 alumnos han sido asesinados en diferentes acciones violentas. En Nuevo León, además de los del Tecnológico de Monterrey, hay otras cuatro víctimas.

Están también los tres estudiantes de Tamaulipas que murieron durante una persecución a balazos entre el Ejército y los tripulantes de una camioneta Rama, en la carretera Reynosa- Nuevo Laredo, en junio de 2010. O los ocho que cayeron abatidos en un bar en Torreón, Coahuila, en enero de ese mismo año en una balacera atribuida a células de narcotraficantes para controlar el mercado de drogas.

Pese a todo, funcionarios de universidades privadas consultados por EL UNIVERSAL coincidieron en que se mantendrán de pie, reforzarán sus sistemas de seguridad y se apegarán a la instrucción de la ética en las aulas de educación superior como una coraza.

“No vamos a cerrar el changarro”, respondió Joan Landeros, coordinadora del Centro Internacional de Educación La Salle, en una sala de reuniones de esa casa de estudios, ubicada en la colonia Condesa del Distrito Federal, cuando se le cuestionó sobre la afectación de los eventos cruentos en el país a alumnos de educación superior.

Agregó contundente: “Creo que es sano que no estemos gestionando que estamos viviendo eso (inseguridad). Estamos aquí para fomentar la educación. Fomentar las actitudes positivas. Apoyar a los muchachos a ser proactivos. Prefiero verlo del lado positivo y no realzar que estamos recibiendo repatriados de zonas de guerra”.

En otro punto de la ciudad de México, en San Pedro de los Pinos, Víctor Isolino, director de Comunicación Institucional de la Universidad Panamericana (UP), expuso que “en forma tradicional hemos contado con un manual de seguridad, pero la realidad nos ha desafiado a proteger aún más la vida estudiantil. El año pasado compramos una patrulla para que estuviera haciendo rondines en el perímetro donde tenemos influencia”, informó el funcionario de la Panamericana.

“No hemos tenido cambios con respecto al tema (inseguridad)”, respondió a su vez la Universidad de las Américas a través de su departamento de Comunicación Social.

Otras instituciones como la Anáhuac, Iberoamericana (UIA) y Autónoma de Guadalajara (UAG) indicaron que por lo pronto los problemas de violencia se encuentran como un tema especial en sus agendas internas, pero desean mantener discreción sobre sus programas en particular.

Movilidad en silencio

Para el director del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana, Miguel Ángel Casillas Alvarado, el movimiento de estudiantes de instituciones privadas es un fenómeno que se observa, pero por ahora no puede cuantificarse.

El especialista dijo que hay un elemento que inhibe cualquier estudio: el miedo. Argumentó: “Se trata de estudiantes en huida, hostigados o incluso amenazados de muerte. A veces cambian de universidad privada a otra privada, por lo que es difícil conocer los números del éxodo. Ningún estudiante desea hablar. Por lo pronto, es un movimiento lento y silencioso”.

Joan Landeros, de la Universidad La Salle, coincidió con el especialista: “Si es por la inseguridad, no es explícito, pero sí tenemos números de estudiantes de ciertas zonas geográficas. Ha sido un fenómeno reciente. De repente, estamos recibiendo más estudiantes de los estados del norte”.

Germán Álvarez Mendiola, investigador del sector privado de la educación superior en el Cinvestav, expuso que la movilidad estudiantil no ha sido notable en México debido a varios factores socioeconómicos. “El arraigo, la falta de oportunidades y la carencia de recursos para salir de una región impiden a los estudiantes abandonar los lugares donde decidieron cursar una carrera universitaria”, expresó.

Hasta ahora, la salida de los 176 estudiantes del campus regio del Tec de Monterrey se ha constituido como la única movilización numerosa que se ha identificado en las instituciones privadas de México. El silencio sobre ese pasaje es el acuerdo común que mantiene este grupo de alumnos universitarios”.




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