POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Es vergonzoso que con tal de lamerle las pelotas al patrón, los responsables de escribirles los discursos a Felipe Calderón, violenten el sentido común y el mínimo decoro.
A fin de ganarse los reflectores vanos del público, ahora el señorito Calderón osa compararse con Sir Winston Churchill, una de las leyendas políticas de Inglaterra de todos los tiempos, suponiendo que su fallida ¿guerra? contra el narcotráfico es equivalente a la lucha a muerte de los ingleses contra el régimen alemán nazi.
Esta vulgar historia de exageración comenzó en el evento que el gobierno federal organizó para reunir a secretarios y sus mil 800 delegados, cerrado a los medios. Sin embargo, a la hora de la comida el único que habló fue el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero y luego Calderón, para quien se abrieron las puertas de la prensa.
El presidente instruyó a todos los delegados del gobierno federal a que, a pesar de las críticas, difamación y ataques, que no sólo hagan su trabajo, sino que deben ser agentes de cambio y voz para “mover corazones” usando “todos los medios a su alcance” para divulgar su labor y convencer a familiares, campesinos, indígenas y hasta “la última mujer brava de un barrio popular y marginado” de que su gobierno es humanista y distingan el pasado con corrupción del futuro en paz, limpio y democrático que se está construyendo.
“Le debe quedar muy claro a los mexicanos lo que se está haciendo bien en lo económico, social, político, diplomático y de la seguridad”, les dijo.
“Ustedes son la voz, el rostro, los oídos del gobierno, deben ser los agentes del cambio y para serlo se requiere también, precisamente, ser una expresión de ese cambio, ser una luz que brilla de ese cambio, les instruyo a ser portavoces de una señal, de un mensaje de esperanza”.
Reunidos en el Centro Banamex, de la Ciudad de México, los delegados federales al final recibieron una foto de Calderón en un sobre blanco y la advertencia de que deben actuar con apego a la ley y no incurrir en actos de corrupción.
El Ejecutivo les ordenó actuar “como un sólo equipo” y señaló que nunca un gobierno como el suyo ha sido atacado, acusado o calumniado, pero que en los gobiernos humanistas nunca se ha utilizado el poder para silenciar la palabra de nadie.
Enfrascado en los delirios de la autopromoción y el bombo patriotero, en cuarenta y cinco minutos de verborrea inútil, Calderón expuso una predecible justificación a la inutilidad burocrática y la mentada comparación pendeja.
“Y en el tema de seguridad. Que sepan ustedes y que sepan difundir que estamos peleando por los mexicanos; que estamos confrontando y venciendo a los criminales, no importa su bajeza y su cobardía en su proceder. Que el miedo que siembran cae aquí, en tierra infértil, porque estamos decididos a rescatar a nuestro pueblo y a nuestras familias y a nuestro México de las garras de la criminalidad.
Y que no estamos yendo, no estamos yendo con nuestros soldados y con nuestros marinos, y con nuestras policías federales, a miles de kilómetros de distancia a pelear allá, una guerra sobre otros pueblos y sobre otros países.
Que nosotros estamos aquí, en nuestros pueblos, lo mismo en Mante, que lo mismo en la Huasteca o que lo mismo en la Meseta, en Michoacán. Estamos peleando por nuestra gente, por nuestra libertad, por nuestras familias.
Cuando Winston Churchill era, también, acosado y señalado en medio de un mar de titubeos, de una corriente de opinión titubeante de las decisiones de aquellos terribles años del 39 y del 40.
Cuando al igual a Churchill le exigían, incluso, y no sólo insinuaban, que lo mejor que podía hacer era ignorar el avance de los nazis, incluso, someterse a ellos. Cuando le exigían cuál era, precisamente, su política o su estrategia, Winston Churchill hablaba así a su pueblo y a su Parlamento:
Ustedes preguntan cuál es nuestra política y nuestra estrategia. Y yo diré: Es combatir por mar, tierra y aire, con toda nuestra fuerza y con toda la fortaleza que Dios pueda darnos. Luchar contra una tiranía monstruosa, nunca rebasada en el catálogo lamentable de los crímenes de la humanidad. Esa es nuestra política y esa es nuestra estrategia.
Y ustedes preguntan: Y cuál es el objetivo, qué buscas. Puedo contestar con una sola palabra, decía Churchill: La victoria. La victoria sin menoscabo del terror, la victoria cuan largo y duro pueda ser el camino para alcanzarla, la victoria, porque sin victoria no hay futuro para Inglaterra.
Y yo puedo decirles, amigas y amigos, que nuestra estrategia es combatir y vencer a los criminales que asolan a nuestro país; que es construir instituciones de seguridad y justicia que le han hecho falta a nuestro México, y sin las cuales no sólo es entendible el avance de los criminales, sino también, no es comprensible un futuro para México.
Y la construcción y reconstrucción de un tejido social basado en valores humanos, sin los cuales no puede haber seguridad, no puede haber libertad, no puede haber paz y no puede haber Estado de Derecho. E igualmente, buscamos en una sola palabra la victoria, la victoria de México sobre quienes pretenden detener su desarrollo, su paz y su justicia”.
Sólo para aclarar las cosas, es pertinente recordarle al inquilino de Los Pinos que Sir Winston Churchill es un héroe para propios y extraños, amigos y enemigos, cuya altura política estratégica es imposible de remedar.
Que Churchill no sólo fue militar, orador y representante exitoso de un credo, sino fue un autor de obras y pensamientos esenciales en la cultura media de cualquier vinculado al servicio público.
Dueño de un estilo propio en oratoria, Churchill no tuvo que recurrir a desplantes de cante vernáculo para transmitir una idea a su pueblo.
En la percepción de la gente común, el bulldog inglés, como se le mal llamaba a Churchill, constituía un alias que resaltaba los atributos del espíritu británico y jamás fue menospreciado.
La Inglaterra de Churchill defendió su libertad y no cayó ante los invasores nazis por la unidad que presentaron. El Primer Ministro y el Pueblo eran uno mismo.
Churchill jamás dudó en aparecer en las zonas de riesgo para demostrar que detrás de sus palabras de aliento, estaba el sustento de sus tamaños.
Por cierto, Churchill escribía sus propios discursos.
En síntesis, Felipe Calderón es un triste ejemplar de la mediocridad, cobardía y traición de un gobernante falso, impuesto y dedicado a la destrucción de los mexicanos.
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