POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
La guerra es la comprobación que la diplomacia y la política han fracasado. Eso dicen los libros y los expertos; para las cúpulas de poder es un activador económico. Armas y seres humanos son la base de la recuperación capitalista.
La guerra es rating y es un espectáculo multimedia. Lo saben los medios de control social y los obreros de la información. Por ende, se cubre para beneplácito de la audiencia alelada. Esa que desea una emoción mayor a la que produce un videojuego o una película en tercera dimensión.
Caravanas de corresponsales se trasladan al lugar de los hechos y arriesgan el pellejo, porque la noticia es adictiva; adrenalina pura jugando la ruleta de la muerte. Unos segundos de reporte especial bien valen una baja en el frente.
La guerra es la verdadera cara de la paz. El dolor es la única vía de aprendizaje. Nadie sale vivo del infierno sin alguna alma adherida a la piel.
Pero eso no le importa a la familia que disfruta de las imágenes y los comentarios sensacionalistas. El mundo es una mierda. Sin embargo, qué se le va a hacer. Récenle unas plegarias y avienten una gotitas de agua bendita.
La guerra, donde ocurre, es la misma. El aniquilamiento de varias generaciones y de la esperanza. En aras de qué, es lo de menos. Como una civilización retardataria, que las hay, el tributo de sangre siempre es mejor acompañado de tu bebida favorita, en la comodidad de tu casa y a salvo, eso creen, de violencias similares.
Como reportero y como periodista he cubierto conflictos sangrientos que me han hecho dudar de la salvación del género. No obstante, a pesar de las órdenes de los directores, me refugio en la valentía de las víctimas y en medio de la desgracia, uso la pluma para contar sus historias y darles el derecho a expresar el horror que padecen.
En la locura bélica procuro poner la aflicción de los anónimos a la información reiterativa y aprobada por el mando burocrático militar. Cubro las conflagraciones con el propósito de no olvidar, de no darle a los canallas la posibilidad de inocularnos amnesia selectiva.
Se pensará estúpido anteponer una laptop a un fusil. Quizás. Mas tengo que hacerlo, es mi deber y mi elección. Me niego a claudicar y pasivamente mover la cabeza consolándome de la lejanía entre mi gente y los pueblos atrapados por el horror.
Es predecible que la guerra es un negocio y posee una lógica propia. Inversiones, ganancias y utilidades. Cifras de muchos dígitos sobre lápidas y monumentos al soldado desconocido.
Desgraciadamente, existe una estirpe de necios que, pese a tener las probabilidades en contra informan por las vías menos usuales lo que realmente ocurre en el frente de batalla, engrosando la lista de muertos con lo mejor de sí mismos: expresar una verdad.
Suceda lo que suceda jamás debemos de perder la condición humana, jamás debemos de sucumbir a la barbarie. Por esto necesitamos contar esta maldita realidad.
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