POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
En la editorial del 17 de agosto de 2010, titulada: “La Iglesia en el siglo XXI”, uno de los diarios fuertes de México, El Universal, expuso lo siguiente:
“Los matrimonios de personas del mismo sexo pueden adoptar hijos. La Constitución nunca dice que ese sea un derecho exclusivo de los heterosexuales. Por lo tanto, lo que hizo ayer la Suprema Corte no fue otorgarle derecho alguno a ese sector de la sociedad, sino simplemente confirmar que la legislación del Distrito Federal no contradice a la Constitución.
Los integrantes del máximo tribunal del país realizaron en este tema un impecable trabajo, apegado a sus funciones. Si los ministros de la Suprema Corte hubiesen votado en sentido contrario habrían añadido condiciones diferentes a la legislación actual y su tarea no es legislar, sino verificar que las leyes se apeguen a la Carta Magna.
Debido a esta obviedad es que sorprende la reacción del sacerdote Juan Sandoval Íñiguez, quien el domingo pasado declarara: “No lo dudo que estén muy maiceados (los ministros), desde luego, por Ebrard. Están muy maiceados y por organismos internacionales. Yo creo que no llegan a esas conclusiones tan absurdas y tan en contra del sentimiento del pueblo de México si no es por motivos muy grandes, y el motivo muy grande pueden ser los dineros que les dan”. El personaje no ha presentado pruebas, hasta el cierre de esta edición, de tan graves acusaciones.
Suponiendo que una persona fuera capaz de interpretar el “sentimiento del pueblo de México”, y que éste sentir fuera en contra la homosexualidad, la acción del Estado debe ir más allá de lo popular. El voto de la mujer, por ejemplo, quizá no era muy aceptado en 1953 pero eso no debía influir en las decisiones de gobierno.
Invita a la reflexión otra declaración del cardenal sobre el tema: “No sé si alguno de ustedes les gustaría que lo adoptaran un par de lesbianas o un par de maricones. Creo que no”. La frase debería preocupar a la Iglesia católica en la medida en que contradice la función social de cohesión y respeto que en teoría promueve entre sus feligreses. Cabe preguntarse si esa es la voz de la Iglesia católica mexicana, sobre todo cuando otros miembros dentro de esa institución han emitido opiniones mucho más cercanas al siglo XXI.
Los emisores de los discursos de odio desprecian alevosamente a comunidades enteras de mexicanos y debido a ello merecen ser exhibidos e incluso sancionados por la opinión pública.
Habría sido ésta una buena ocasión para celebrar el apego de la Suprema Corte a sus facultades a pesar de las presiones. Lamentablemente, las reacciones de un sector de la sociedad obligan a mantener la defensa de los valores de la laicidad y la pluralidad”.
Considerando la línea editorial de El Universal, emparentada con un conservadurismo funcional, el pensar del periódico es significativo, precisamente por no morder el anzuelo del odio y el fanatismo, tan propio de la Iglesia Católica Mexicana, la derecha decimonónica y los ultras que desean un país a modo y no contemplan jamás la diversidad que realmente lo integra.
Es una vergüenza, pero en eso descansa el clero nacional, que seres funestos como Juan Sandoval Iñiguez, ostentando el título de cardenal, rebaje una discusión elemental de humanismo a la fanfarronería sexista y cavernícola típica de nuestro”bronco” pueblo.
Este tipo de fulanos es precisamente el que 200 años después va a orar por los héroes de la Independencia, a quienes persiguió con la cruz y la espada; el que hace 100 años, usó los medios a su alcance para que la Revolución no tocara sus intereses y cuando lo hizo, desencadenó la “guerra cristera”, poniendo a de carne de cañón a los creyentes y pactando en los oscurito con el Estado las nuevas relaciones institucionales.
Otro sacerdote que se une al coro de la conspiración es el obispo de la diócesis de Aguascalientes, José María de la Torre Martín, qué afirmó que son “laboratorios muy poderosos” los que están financiando esta campaña a escala mundial, a favor de la comunidad gay. Sostuvo que la Iglesia católica no pretende discriminar a la comunidad homosexual, simplemente se trata de que retomen el rumbo de su vida en el amor de Dios.
“Hay que amarlos, pero diciéndoles la verdad, que si tienen inclinación, con ayuda de la gracia puedan reordenar sus vidas, como todos nosotros hemos tenido tentaciones diversas, pero con la ayuda de la gracia hemos ido caminando hacia delante, respondiendo generosamente a nuestra vocación”.
Y así seguirán surgiendo declaraciones sensacionalistas de las sotanas endiabladas que siguiendo las ordenes trasnochadas de El Vaticano, se niegan a admitir que el avance de la historia las va cercando; que el anacronismo dogmático y los pecados sexuales que cargan por toneladas terminará por reducirlas a figuras decorativas en una sociedad que busca y encuentra otras alternativas espirituales menos retorcidas.
Ya de menos por preservar el poder financiero que reclama, la Iglesia Católica Mexicana debería de calcular los tiempos sociales y el descrédito de su ortodoxia.
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