Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Por diferentes vías, se ha ido detectando un movimiento antiaborto en las escuelas públicas y privadas de varias Entidades Federativas de México.
Con la presencia de la sociedad de padres de familia y los permisos discretos de las autoridades de la Secretaria de Educación Pública, se están ofreciendo con el disfraz de talleres, verdaderos lavados de cerebro en contra de estudiantes de secundaria que, en plena adolescencia, son presas fáciles de la ideología que mejor venda su interpretación del mundo.
Desbordantes de desinformación, moralina de catecismo pueblerino y el palomazo de las beatas madres de familia, jovencitas y varones acaban convencidos que abortar es malo, es pecado y es un asesinato.
Por ende, a la posibilidad de un embarazo prematuro, estos adolescentes tendrán que cargar con la cruz del castigo por no aguantarse las ganas y traer bebés en las condiciones adversas, que tanto alaban las telenovelas y los sermones dominicales.
En un arrebato de desconocimiento perfectamente intencionado, los “responsables” de los talleres aseguran que un feto a las doce semanas de gestión es un ser humano que siente dolor y, en consecuencia, el sufrimiento de su destrucción.
Para reafirmar la tortura mental, las pláticas recurren al video “Un grito silencioso”, producido por la American Portrait Films, una empresa estadounidense plenamente identificada con el ala dura del conservadurismo y que en nuestro país es aliada de grupúsculos de similares cuadraturas paranoicas.
En el video se muestras supuestas escenas reales, donde las mujeres aparecen en trances de agonía que nada le piden a las exageraciones gore para impresionar a un público bien escogido.
Al cierre de esa exhibición amarillista, los adolescentes reciben un folleto titulado “Ama la vida por mí” que ha sido repartido por el grupo Provida, antes y después del escándalo de las tangas, en el cual a lo largo de 16 páginas se lee la cháchara melodramática de las viejas cotorras del pendón perpetuo.
El gran final es la presentación de un feto de tres dimensiones que más parece bebé reducido, que lo que pretende simular, para que conste que el “coco-wash” es en serio: el aborto legalmente aceptado en la Ciudad de México es un sacrificio de niños a las deidades del Inframundo.
Con el semblante grave y la lagrimita, estilo Remy, quienes presentan el taller “demuestran” que el aborto es un crimen.
El ejercicio propagandístico alcanza más de lo que, incluso, los comunicadores profesionales quieren admitir y, a lo sumo, le dedican espacios pequeños de pase rápido a fin de no herir la sensibilidad de las legiones fanáticas que el conservadurismo integra.
Siguiendo el esquema intolerante, pobre del profesor o profesora que se oponga a estas lecciones de vida porque será simplemente eliminado. No está el tiempo para andarse con delicadezas.
La trampa es sucia, desde la agitación visceral de una clase social directamente bendecida por la ignorancia de las masas hasta la doble moral del partido en el poder.
El goce de la sexualidad es una necesidad natural y un derecho del ser humano. Que requiere formación, preparación y responsabilidad, es cierto, no obstante, como sociedad, no podemos condenar a una pareja o a una mujer a cargar con una vida a la que, por las causas que sean, no podrá ofrecerle una oportunidad de realización.
Apantalla la defensa ultranza de la vida, pero qué hacen efectivamente esos rectos caballeros y esas señoras de rancios valores por reducir la miseria, la pobreza y los vicios que devastan a cientos de infantes mexicanos, simplemente porque sus padres biológicos dejaron que “Dios” cumpliera su voluntad y los aventaron a esta realidad de zozobra.
Con esta información se torna impostergable la discusión política de elevar a rango constitucional, la figura de un Estado laico como frenó al expansionismo religioso y seudo moral que tanto daño nos ha hecho como nación desde el siglo XIX.
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