Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Desde que recuerdo, no hay día en que alguien no diga que México es un país de oportunidades, sin embargo, la realidad siempre nos muestra una cara diferente al progreso potencial señalado, o que tenemos una de las banderas más hermosas del mundo o un himno nacional sobresaliente.
Antes de echar a volar las campanas para la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicanas, debemos de contestarnos como pueblo y con franqueza si estamos satisfechos con las consecuencias de esos dos movimientos sociales que dieron forma al país, y no reducirnos a ser otra estrella del canal de la basura intelectual.
Es claro que todavía tenemos una enorme lista de objetivos pendientes para que los mexicanos podamos efectivamente estar completos en cuanto a la igualdad, la justicia y fraternidad democráticas que sustenta nuestra Carta Magna de 1917 (sin necesidad de celebrar fantásticos coloquios mediáticos para buscarle la circunferencia al cuadrado).
La pobreza lejos de haber remitido, agobia a más de la mitad de la población y la polarización de la riqueza es aguda, dejando al ciudadano promedio en medio de una supervivencia al día y sin posibilidad de imaginar un futuro diferente que heredar a sus hijos.
Sostengo que no basta con exclamar a la primera oportunidad que México es una país joven, lleno de recursos naturales, de gente trabajadora e instituciones eficientes. Eso es propaganda o publicidad turística; una cínica mueca para hacerse idiota.
México y los mexicanos tenemos que cambiar formas de pensar, dejar atrás nuestra dependencia a la suerte, el sistema o las supersticiones para explicarnos por qué no avanzamos.
En 1945, Alemania y Japón estaban devastados por la guerra. Sesenta y cinco años después están de pie compitiendo por el liderazgo mundial. México cumpliendo dos siglos de vida independiente permanece en la lista de naciones que tienen y no han dado el gran salto hacia la vanguardia.
Podemos atribuir a factores políticos, económicos, sociales y culturales una exposición congruente de los desastres. Sin embargo, a mi juicio, la respuesta descansa en la indolencia, la dejadez y la intolerancia que dominan el ánimo de los mexicanos como resultado del choque entre la terquedad indígena y la soberbia peninsular. Somos incapaces de reconocer errores y menos de aceptar consejos. Deseamos que la Historia se pliegue a nosotros y no que la Historia nos pliegue a su devenir.
Urge, en las condiciones actuales, tomar conciencia que para que las oportunidades se concreten hay que identificarlas, trabajarlas y, con estrategia y objetivos posibles, conseguir las mayores ventajas. Tenemos que mentalizar la brevedad del tiempo y lo impostergable de la tarea. Es fundamental que aprendamos a ganar en buena lid, no con corrupción y supuestos caminos cortos que sólo nos arrastran al abismo.
Pobres y ricos debemos de darnos la oportunidad de confiar, arriesgar y compartir responsabilidades en el impulso de una nueva sociedad que honre el origen que posee.
Nos gastaremos millones de pesos en festejos. Aventaremos a México por la ventana, y después a sobarnos las manos a ver cómo pagamos las deudas.
Una forma de conmemorar el Bicentenario es terminar la obra de nuestros antepasados que hicieron lo que consideraron pertinente a fin de conformar un país diferente, sin las contradicciones y bajezas que los llevaron a rebelarse con las armas y subvertir el orden establecido.
Los mexicanos de 2010 tenemos que acabar ese trabajo. Estamos obligados a cubrir los compromisos humanos de la Constitución, del capitalismo humanitario, de la recompensa social.
Es indispensable aceptar que las oportunidades se dan siempre y cuando se busquen; que los ciudadanos no sólo tenemos derechos, sino obligaciones, que las instituciones son algo más que servidores públicos; que las empresas son el motor de la transformación productiva; que los trabajadores son la fuerza del desarrollo, que no caigamos en la tentación de atragantarnos de palabras, los hechos son excelentes indicadores del aprovechamiento de una oportunidad.
No se trata de rogar que México haga algo a favor de los mexicanos; el asunto es por dónde comenzamos los mexicanos a salvar el territorio que nos correspondió en el planeta; sólo entonces quienes nos dieron Patria descansarán en paz.
El Bicentenario es un recordatorio de lo que nos falta construir del país.
No una fiesta, es un pacto de superación colectiva distinto a las raspadas campañas de comunicación social que definen un nacionalismo de postal cascada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario