Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
A Juvencio le gusta el Blues. ¡Sí! Especialmente en las voces de las mujeres negras: Etta James, Irma Thomas, Koko Taylor, Besie Smith, Billie Holliday.
En el cuarto rentado de azotea y sin saber una pizca de inglés, Juvencio canta las tragedias del abandono.
Para sus vecinos, Juvencio es amable y servicial. Trabaja de velador en una maderería de Naucalpan y se gana un extra de dinero con la sastrería que aprendió empíricamente. No le conocen novia pero es tan tímido que vaya a saber.
Si no fuera por su grabadora escandalosa y su Blues, Juvencio sería el ejemplo del buen inquilino; siempre puntual en el pago, siempre preocupado por los demás.
A las once, Sasha, de escote pronunciado y microfalda, monopoliza el cinturón de la carne en el camellón célebre de una glorieta famosa. “Trescientos y el cuarto” es la divisa; “buen servicio”, la promesa. Sasha es la reina de la Balbuena y colonias circunvecinas. Sasha es la fornicación con sus caderas de un millón de nuevos pesos.
Sasha para el tránsito. En doble fila, los clientes rifan la mejor oferta. En ese espacio, la soberana inmutable lapida: “Lo siento, papi, yo no hago rebajas. ¡Desfilando!”. A lo lejos, la competencia se encorajina. Las mejores billeteras están con Sasha, las sobras van al “gaterío” derrotado por la platino. “Chale, manita, una nacen con estrella y otras estrelladas”.
A las tres de la madrugada, Sasha parte plaza en un table de segunda. El d.j. le dedica unas piezas y ella baila en el centro de la pista extasiada. En las mariposas habrá clases sociales.
Desde su mesa, Sasha controla la escena. Complace caballeros, paga copas y coquetea con los meseros. La fiesta es propia y se limita a ser una buena anfitriona.
Sasha es la alegría de lo que permanece.
El amanecer y el mal presagio sostienen a una Sasha tambaleante por el rumbo de Camarones. Una camioneta que la sigue frena inesperadamente. Cinco jovenzuelos acorralan a Sasha y la dominan a puñetazos.
La agredida se cubre el sexo y la cara.
Ignora cuando pierde el conocimiento.
A las once y media de la mañana de un lunes, Sasha-Juvencio está sentado en la banqueta de Insurgentes Sur. Extraviada, despintada, moreteada, semidesnuda, El o ella canturrea un Blues.
Un conductor le mienta la madre.
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