POR.- EL DODO DU CINEMA
Cuenta la leyenda que la película de Bernardo Bertolucci, estelarizada por Marlon Brandon y Maria Schneider, generó el desconcierto internacional al exhibirse por primera vez en el Festival Cinematográfico de Nueva York en 1972, dejando a la crítica en la disyuntiva de atacar la abierta sexualidad de la historia o la soberbia concepción de las relaciones humanas destructivas teniendo como fondo la ciudad del amor por excelencia: el eterno París. Sin embargo, en un punto existió el consenso inmediato, el filme era algo grande, algo cuyos alcances casi cuarenta años después no han sido del todo descubiertos.
Producida por el respetado productor italiano Alberto Grimaldi y basada en un guión de Franco Arcalli y Bernardo Bertolucci, “El Último Tango en París” desmenuza la relación íntima entre un hombre estadounidense de mediana edad en franca decadencia física y moral con una jovencita francesa, en plenitud de la vida y de la experimentación sensual, que hacen de un piso en renta, un espacio donde pueden ser ellos mismos aparte del mundo pactando nunca preguntar datos personales o conflictos que no sean el sexo y las reflexiones implícitas en él.
Fotografiada por Vittorio Storaro y dirigida por un arriesgado Bertolucci, el largometraje es la piedra angular del cine culto europeo de la década, a pesar de su clasificación “X”, apta para mayores de 21 años, con la que circuló por el orbe, levantando polémicas absurdas en cuanto a la moral, los sentimientos y las expectativas de la existencia.
Contemporánea de “Garganta Profunda”, “El Último Tango en París” introduce en el ámbito artístico la tenue línea divisoria entre el erotismo y la pornografía, subrayando que después de toda la palabrería, los dos ámbitos son inherentes a la naturaleza humana por morbosos que parezcan.
Dueña de una partitura inspirada de Leandro “Gato” Barbieri, saxofonista virtuoso de jazz de origen argentino, la música del último tango es generadora de un ambiente agridulce entre la pasión y la nostalgia; entre el choque de los cuerpos y el abandono de los sexos; entre el réquiem y el renacimiento de los afectos dentro de los convencionalismos chocantes de la cultura occidental.
De las actuaciones es criticable cierto exceso interpretativo común a Brandon y una leve confusión en el perfil psicológico del personaje que va de los extremos a una amenazadora inmovilidad contemplativa. María Schneider, en contra peso, aplica belleza y sensualidad naturales a modo de enamorarnos del ideal erótico que sustenta y que va más allá de las tendencias sexuales “naturales”.
Escenas memorables como el primer encuentro sexual, el salón de tango, la rata y la mantequilla permanecen en la memoria colectiva siempre sujetas a la melodía y el ritmo sincopado de Barbieri.
Sin ser original en centrarse a los vínculos hombre mayor – mujer joven, “El Último Tango en París” está por encima de la tendencia y le otorga a esta “fantasía”, “obsesión”, “tabú” una verosimilitud extraordinaria, posible. Nada que hacer frente, digamos canciones de oficinista derrotado al que le cantaba José-José.
Hace algunos ayeres, estudiantes atrevidos del Instituto de Mercadotecnia y Publicidad representaron una versión teatral libre, ocasionando en la minoría respetable la habitual ceja parada y reprobatoria. Sin dar guayabazos, las dos presentaciones de los jóvenes fueron sensacionales.
En cuanto a las ediciones en DVD, “El Último Tango en París” tiene tres presentaciones, la normal que es réplica de la película exhibida en cines; una edición limitada de regalo junto a 110 títulos históricos de United Artists, y una versión sin censura de la Metro.
Y hoy, para quienes estén interesados, observen “El Último Tango en París” en honor de los cineastas que, después de la borrachera liberal de los sesentas, abordaron la resaca onanista de la siguiente década con trabajos que derrumbaron las débiles barreras de la corrección y el decoro.
Con la reciente muerte de María Schneider, “El ÚLTIMO TANGO EN PARÍS” ingresa a la leyenda.
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