domingo, 26 de junio de 2011

A TÍTULO PERSONAL: LA MADRE DE WALRUS

POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

La señora María del Carmen Rosa Farías Cuevas, madre de José Salvador, “Walrus”, uno de mis hermanos existenciales, murió a las 2.25 de la madrugada del jueves 23 de junio de 2011, víctima del cáncer.

A Doña Carmen la conocí cuando yo era un puberto de quince años, en el primer semestre de educación media superior. Allá por 1979.

Dueña de un peculiar sentido del humor y de una manera particular de concebir la vida, trajo al mundo a Laura (q.e.p.d), Rita, José, Josefina, Mónica y Roberto.

Asentados en la calle de República Dominicana, en la frontera de Tepito, la familia Orozco Farías, siempre me representaron un modelo importante de las tradiciones domésticas, que nunca tuve.

En esos días de confusión adolescente, doña Carmen tuvo hacia mí amabilidades que progresivamente se convirtieron en distinciones, precisamente por la cercanía que generé con José.

Doña Carmen fue juez y parte de mis aciertos y mis errores en la relación con su hijo José, y en la recta final de sus años puso atestiguar que con todo, me mantuve en el afecto duradero con “Walrus”.

Hace tres años, mi madre, Flora Gómez Miguel, murió sorpresivamente y “Walrus” fue el sostén “contemporáneo” que me mantuvo en el cruel proceso de la separación definitiva.

La última semana, Doña Carmen encaró a la enfermedad y luchó hasta ser vencida. Fueron jornadas terribles para los hijos. José bebió un cáliz amargo, que yo no probé en mi momento.

El día que recibí el aviso del fallecimiento, estuvo rodeado de otras “señales” que me recordaron los ideales y las acciones que me rigen. Fue como si el deceso me planteara la reafirmación de la coherencia entre mi decir y hacer.

La velación y la incineración del cuerpo de doña Carmen tuvo incidentes propios en la manera de ser de la finada.

Junto a Julio César Martínez Leal, otro de mis “carnales”, acompañe a Walrus y platicamos de muchas cosas, propias y ajenas, que nos devolvieron a la época en que nos conocimos, cuando la vida era una realidad con millones de preguntas y raquíticas respuestas.

Cenizas en mano, Walrus se despidió de nosotros.

Ahora, Walrus y yo somos huérfanos totales, herederos de las responsabilidades de nuestros padres.

El mundo de los mayores está desapareciendo, llevándose el último hilo de inocencia natural que nos quedaba.

Sabemos que el toque de difuntos es para nosotros. No obstante, por esos misterios que encierra la muerte, en algunos instantes queremos perdernos en la noche y agotar la última oportunidad de entregarnos a la vida como cuando frisábamos los 16 años.

La madre de Walrus y la mía gozan del sueño de los justos.

Nosotros, a la orilla del río que separa a los vivos de los muertos, repasamos memorias hasta el amanecer...

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