POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Lawrence C. Murphy, sacerdote de la Arquidiócesis de Milwakee, Estados Unidos, entre 1950 y 1974, trabajó en una escuela para niños sordomudos en Wisconsin y abusó sexualmente de 200 infantes.
Como en muchos otros delitos similares, documentados o sabidos alrededor del orbe, el Vaticano se escudó en que cuando supo del caso, es decir, cuando consideró que había algo qué hacer para evitar el escándalo, ya habían pasado veinte años y Murphy estaba muy enfermo, por ende, aunque “violó la ley y, lo que es más importante la confianza que sus víctimas habían puesto en él", no hizo nada, salvo dejar el asunto en manos de Dios.
Desgraciadamente un secreto guardado por muchas personas acaba sabiéndose y en días recientes una investigación periodística The New York Times estableció que el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe (equivalente actual de la Santa Inquisición), y otros responsables eclesiásticos discutieron sobre la expulsión del cura, pero la prioridad mayor fue proteger a la integridad de la Iglesia.
Joseph Ratzinger, avanzó posiciones hasta convertirse en el actual Papa Benedicto XVI, el mismo que pidió perdón públicamente por las víctimas de los sacerdotes pederastas, pero que en ese ayer, donde pudo haber hecho una diferencia trabajó para no exponer los pilares podridos en los que descansa la Iglesia Católica actual.
El castigo extremo que se aplica a un ministro de culto católico es la expulsión del estado clerical, sin embargo, según el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, "visto que el Padre Murphy era anciano, su salud era precaria, vivía en aislamiento y no se habían producido nuevas acusaciones en los últimos 20 años, la Congregación para la Doctrina de la Fe tomó en consideración la restricción al Padre Murphy de su ministerio y pidió que aceptase la responsabilidad de sus graves actos".
Actualmente, el asunto de la pederastia se ventila debido al conocimiento masivo de la impunidad que compartieron autoridades civiles y eclesiásticas, durante décadas en la diócesis de Dublín, la más importante de Irlanda, en materia de abuso sexual de menores.
La cuestión irlandesa colocó otra vez a Ratzinger en el ojo de la tormenta, pues como Papa su pronunciamiento es fundamental en la estrategia que el clero de ese país debe acatar a fin de satisfacer las legítimas demandas de justicia de los cientos de agredidos.
Sin embargo, el Jefe de la Iglesia Católica se esconde detrás de una petición de perdón y una carta a los feligreses de Irlanda para que no pierdan la convicción de su fe.
México no ha sido la excepción en este tipo de afrentas sociales, pero cortados por el mismo patrón la Alta Curia, es sorda a los reclamos y, en una cruel farsa, levanta la voz a favor de la familia, la heterosexualidad, contra el aborto y la diversidad sexual. Olvida que no está limpia de pecado y que sus sacerdotes no son un ejemplo de virtud ni calidad moral, menos de valientes responsables de las penas jurídicas que corresponden a sus delitos.
Es otro lanzazo al costado de Cristo, la variedad de trastornos y vicios sexuales que los sacerdotes católicas están exponiendo dentro de la autocomplacencia de quien se dice representante de la divinidad en la tierra, heredero de Pedro, electo por la voluntad de Dios; casi infalible.
El mensaje es claro: no molesten a los delincuentes y que sus presas paguen en vida lo que les corresponde a los improbables salvadores de almas.
Mi Dios, eso, simplemente no lo permite y está de acuerdo conmigo a renunciar a cualquier vinculo con esa institución y esos ¿hombres? que no alcanzarán la bendición de nadie
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